El plomero filósofo

El plomero filósofo

Una vieja amiga recomendó a un plomero para realizar un trabajo en mi hogar. Es un buen padre de familia, cuya diversión nocturna consiste en jugar dominó con un grupo de amigos, sin acompañamiento de bebidas alcohólicas. No es hombre de parrandas con amanecidas, ni de romances callejeros. No tiene día de descanso y lo puedes llamar domingos y días feriados. Pero te informo que tiene algo de filósofo, y  su entusiasmo con las palabras es ilimitado.

El recomendado llegó, con un hijo que fungía de ayudante. De inmediato demostró la condición de filósofo empírico que le atribuía mi enllave.

– Tome la hora en que me marche de esta casa, para ser liberado de cualquier cosa que pase después, incluyendo la pérdida de dinero y de cualquier objeto- dijo, mirándome con reconcentrada fijeza.

Al señalarle que mi amiga no había escatimado elogios sobre su destreza en el oficio, esbozó una leve sonrisa.

– Es que le he resuelto problemas frente a los cuales otros colegas no han dado pie con bola; creo que quien no se empeña en conocer los secretos de su oficio, no merece ejercerlo. Aquel que utilice mis servicios debe quedar satisfecho, porque para eso se rascó el bolsillo. A este hijo lo tengo como asistente desde que tenía trece años, para que sepa que su padre se gana los cuartos sudando la gota gorda. Lo hace sin descuidar sus estudios, y este año se gradúa de bachiller; quiere estudiar ingeniería civil, y ojalá Dios me conceda fuerzas para llevarlo hasta el final de la carrera. Cuando eso suceda se independizará, pero mientras lo financie tiene que obedecer mis órdenes, y pedirme permiso hasta para llegar a la casa después de las diez de la noche.

Me pidió mil doscientos pesos para comprar varias piezas que necesitaba para realizar el trabajo.

Al entregarle un billete de dos mil, se llevó las manos a los bolsillos, y me devolvió la suma de ochocientos.

-Conocemos el día y el año en que nacimos, pero salvo los suicidas, no sabemos cuándo moriremos; si camino a la ferretería fallezco de un infarto del miocardio, usted perderá mil doscientos tululuses y no dos mil.

Realizó bien su labor, y continuaré llamándolo cuando en el hogar tengamos problemas de plomería, pese a su locuacidad.

Porque el hombre habla mucho, pero bueno.   

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