El poder absoluto

El poder absoluto

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

No busquemos fuera de nuestras fronteras, veamos hacia adentro, analicemos nuestra historia, la reciente y la antigua y podremos ver claramente cómo se usan las “instituciones” con fines diametralmente opuestos a los que les dieron origen.
La machacona y permanente publicidad del eurocentrismo (que intenta hacer partir la historia desde los estadios de desarrollo de Europa) nos induce a pensar con unas fuertes anteojeras intelectuales y culturales, que sobresalen de las sienes hasta intentar construir un pensamiento orientado a que pensemos que sólo es bueno lo que hay, lo creado, lo existente.
Pero cuando lo creado, cuando lo existente se divorcia del camino hacia la democracia, hacia el respeto irrestricto de los derechos de quienes cumplimos nuestros deberes, surgen y se imponen los gobiernos que distorsionan todos los principios, todos los supuestos histórico-filosóficos que conforman el andamiaje sólido y definitivo del sistema que reconoce, acepta e impone, que el pueblo es soberano.
La soberanía dejó de ser considerada, nada más, como la defensa del territorio nacional frente a invasiones extranjeras, físicas, económicas o de cualquier índole. La soberanía también se manifiesta con la construcción de un sistema político donde se respete, escrupulosamente, aquel principio, aquel mandato de Jesús que reza: ama a tu prójimo como a ti.
¿Cómo hacemos bueno, cómo acatamos, cómo aceptamos el principio y lo aplicamos para el beneficio de todos? Para ello es preciso que haya una conducta permanente, “lo que hay que ser es mejor y no decir que se es bueno” como decía Andrés Eloy Blanco y para ello debemos ser cultores del extraordinario principio que dice: no le hagas a tu prójimo lo que no quieres para ti.
¿Y qué quiero para mí? Autoridades, hombres y mujeres que hagan honor al respeto al derecho ajeno, a la aplicación y ejercicio de la administración de la ley sin mirar a quién perjudica, sin mirar a quién beneficia.
Se necesitan no instituciones, que las mismas son asimiladas a un edificio con más o menos muebles, con más o menos lujos y equipamiento, lo que se necesita, como decía el Libertador Simón Bolívar es hombres y mujeres probos al frente de las distintas instancias de poder.
Por eso Leonel Fernández siendo presidente de la República se empeñó en comprar votos, en corromper para poder colocar peones sin cabezas, sin cerebros, en los puestos más altos de la justicia y de las Cámaras Legislativas.

Ahora estamos con las manos atadas, sin amparo, sin que tengamos la certeza de que habrá justicia verdadera ante cualquier reclamo.

Eso es, precisamente, lo que ocurre hoy en Venezuela, con el desvergonzado respaldo de unas Fuerzas Armadas que actúan como ejército de ocupación de su propio país. ¡Ojo con eso!

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