El poder de Johnny

El poder de Johnny

PEDRO GIL ITURBIDES
El influjo que alcanzó Johnny Abbes García sobre Rafael L. Trujillo fue tal, que el 31 de mayo de 1961 la gente rumoraba que había matado a José Arismendy Trujillo. Hermano éste del Jefe, mantuvo sorda querella con Johnny debido a la conducción de asuntos relacionados con la seguridad, las relaciones con la Iglesia y la política exterior. La Voz Dominicana, la radiotelevisora que fundase en 1942, era discreta contestaria de los puntos de vista externados por Radio Caribe. En esta última, de una manera u otra, ponía Johnny su mano.

Don Manuel Valldeperes llegó a contarnos a Luis Ovidio Sigarán y a quien escribe, que al salir un día del despacho de Joaquín Balaguer, éste le advirtió contra Johnny. Se despedían a las puertas del despacho que ocupaba Balaguer en el Palacio Presidencial, y comentaban naderías relacionadas con la afición literaria de ambos. En tanto platicaban pasó Johnny junto a ellos, sin saludarlos. También se mostraba Johnny contrario a Balaguer, y, de hecho, propició campañas públicas para desplazarlo de la Presidencia de la República, y para denostar su persona.

 ¡Mira ahí al que va a tumbar al Jefe!, le dijo Balaguer a don Manuel.

Y en una de esas visitas que hacíamos al maestro, coincidimos por casualidad con Luis Ovidio. También éste le tenía afecto, y creo que a la muerte de don Manuel Luis Ovidio, de alguna manera, extendió su mano hasta doña María, la viuda sin hijos del conocido intelectual. Don Manuel nos llevó al balcón del departamento que ocupaba, en una tercera planta de la esquina noroeste de las calles Pina y José Gabriel García. Era notoria su inquietud, aunque, por encima de ello, prevalecía su deseo de contarnos algo misterioso. Como las gentes no confiaban ni siquiera en los teléfonos cerrados, nos condujo al balcón.

Y a seguidas contó la enigmática conversación. No se refirió Balaguer a una conspiración, por supuesto. Entendía el mandatario, que lo era por la renuncia presentada a esa alta magistratura por otro hermano de Trujillo, Héctor Bienvenido, que el régimen asumía posiciones atrevidas y exasperantes a lo externo e interno. Lo dijo sin ningún cuidado, conforme contara don Manuel, casi con la intención de que lo escuchase el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que pasaba junto a ellos. Si lo oyó, se hizo el sordo. Después de todo, tenía medios a su alcance para responderle a gusto.

Años más tarde, en una visita hecha a don Virgilio Alvarez Pina en la casa de su hija Isabel y su yerno Marcos Martínez, comentamos esta vieja confidencia. Don Cucho nos aseguró que varios amigos y funcionarios de Trujillo presentían por entonces que las radicales posturas asumidas en asuntos muy delicados, habrían de producir los efectos previstos por don Manuel. Ese día refirió, lo que más tarde sería lugar común, la conversación sostenida por un grupo de colaboradores de Trujillo, a propósito de la famosa carta pastoral de la Iglesia del 21 de enero de 1960.

Preocupados porque en la mañana conocieron de la lectura de ésta en las celebraciones eucarísticas, decidieron hablar con el Jefe. Puestos de acuerdo, decidieron pedirle a Trujillo que mantuviera una cauta y comprensiva postura, inclinada a la conciliación. Al despedirse de Trujillo, confesaba don Cucho, les pareció que el objetivo estaba logrado. El Jefe, sin embargo, pareció más tarde quedar sujeto y pendiente de otras opiniones, y la cacería y los ataques desatados perturbaron el ánimo de toda la población. Le preguntamos a don Cucho si esa diferente posición de Trujillo, conocida más tarde, pudo ser alentada por Johnny.

 ¿Quién sabe? Es posible.

Tras el 30 de mayo, vuelta la ciudad capital a llamarse Santo Domingo, corría un chascarrillo que en buena medida reflejaba el presentimiento de Balaguer, transmitido por don Manuel Valldeperes. Urgido Johnny de transmitirle o consultar algo a Trujillo, visitó su residencia, que estuvo situada en el altozano en donde hoy se encuentra la rosa de los vientos en la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte Díez. Una mucama acudió a abrirle, y le transmitió a doña María Martínez Alba, de la extraña visita, pues Trujillo no recibía funcionarios y militares en su residencia. Salvo, por supuesto, que concurriesen, invitados, como amigos.

 ¿Qué, ya vino a buscarlo preso?

No era ni remotamente probable que una situación parecida siquiera, pudiese concebirse. Pero en buena medida, reflejó el pensamiento de muchos sectores de opinión pública que, a sotto voce, comentaban que el pesado fardo de una opinión díscola guiaba a Trujillo en los días crepusculares de su régimen.

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