El poder de la creación

El poder de la creación

Crear es descubrir lo que no se conoce. Es parecerse a un niño y no parecerse. Un niño al mirar hacia fuera para hacerse hombre va descubriendo todo lo que ve. Un creador al mirar hacia dentro para volverse niño, va descubriendo todo lo que no se ve.

Entre aquél que pretenda crear y la creación hay un muro imperceptible. El supuesto creador debe salvar ese muro como el hombre que ama, nunca como el cazador que mata, porque el creador va en busca de lo que ansía conocer, no de lo que necesita destruir.

El cauteloso primer paso de un creador es no dar alguno. Porque el estado en que suele hallarse antes de que el fuego de la creación lo abrace, es el de inseguridad. Con esto no pretendemos hacer de la inseguridad una norma creativa. Lo que afirmamos es que al tratar de descubrir lo que no conocemos, la incertidumbre inicial viene siendo de hecho una condición.

Un creador previo a su trabajo sabe que debe crear, aunque ignore cómo. Y lo ignora por encontrarse en el momento justo del desconcierto, de la inseguridad manifiesta, aunque también en el instante casi sagrado de la creación.

Sin embargo, suele ocurrir que quien realice –o ejecute- una obra, no sea necesariamente un creador y por ligereza o plagio en sus trabajos anteponga el recordar al descubrir, el resultado a los procesos. Llegar a la meta sin haber transitado el justo sendero que lo lleve a ella carece de valor, porque ningún resultado es ajeno a su propio proceso.

El creador y la creación se asemejan al tallador aquel que con un trozo de madera y un cuchillo da por terminado tres caballos artísticamente asombrosos. Y al preguntarle alguien cómo lograba hacerlos, sólo dice: “Yo nada hago, sólo quito de esta madera lo que está demás, mis caballos están ahí adentro”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas