El poder de la esperanza

El poder de la esperanza

Por John Swartz
M.D., presidente de la Junta Editorial de WL

Aún en tiempos remotos, se sabía que el alivio que un paciente puede sentir cuando -sin saberlo- se le da un placebo (del latín “te complaceré”),  como una píldora de azúcar o un procedimiento falso, o sencillamente, visitando a un médico, puede desempeñar un papel positivo en la recuperación.

Esto complica la explicación de hasta qué punto los resultados beneficiosos resultan del tratamiento en sí, o de las expectativas positivas del paciente. Sin embargo, los científicos tienen que saber si la eficacia aparente de un tratamiento (como la homeopatía), se debe solamente al efecto placebo. 

La única forma de saberlo es probar tratamientos en creación con un placebo en pruebas clínicas rigurosamente controladas, en las cuales ni los investigadores ni los pacientes saben quién está recibiendo el tratamiento y quién está solo con un placebo. Aún cuando un medicamento o procedimiento que haya sido probado es más eficaz que un placebo, las esperanzas de un paciente y la confianza en que lo va a ayudar puede contribuir con su eficacia.

Ha habido mucho debate en años recientes sobre con qué frecuencia, y hasta qué punto, el efecto placebo tiene lugar. Algunos investigadores dicen que ha sido subestimado, mientras que otros creen que ha sido todo lo contrario.

Se cree muy generalmente que cualquier cifra entre 10%-40% de las personas a las que se les ha dado un placebo muestran alguna mejoría en una serie de síntomas o padecimientos-en particular, dolores como los que se derivan de la migraña, artritis, o problemas dentales-. (Un ejemplo: algunas de estas personas hubieran mejorado igualmente por sí solos, sin tratamiento, placebos ni otra cosa). Por supuesto, los placebos no pueden reducir tumores, ni curar enfermedades crónicas. Lo interesante es que algunas personas a las que se les suministra un placebo reportan efectos colaterales, normalmente asociados con un medicamento químicamente activo.

Los placebos pueden funcionar con personas bajo las circunstancias correctas; por ejemplo, si creen que alguien está tratando de ayudarlos, y por eso esperan alivio, y particularmente, si ese “alguien” es un practicante optimista en un escenario clínico. Pero no deben saber que se trata de un placebo.

Contrario al mito, cuando se alivia un dolor o mejora una condición por el efecto placebo, eso no significa que el problema haya sido fingido o “solo psicológico”.

Cuando se trata de dolor y muchos fenómenos, la mente y el organismo trabajan juntos. A mediados de los años 1970, cuando yo empecé a practicar la Medicina, los placebos eran ampliamente aceptados. Si un médico escribía una “P” en una receta, el farmacéutico le daría un placebo al paciente.

En aquella época, eso lo hice una vez, para satisfacer a un paciente ansioso cuya situación no requería medicamento alguno. Después, me preocupé, porque de cierta forma le había mentido a mi paciente. Y no volví a hacerlo jamás. Hoy, la profesión médica, al menos oficialmente, considera que prescribir placebos no es ético porque implica un engaño.

A algunos pacientes podría no importarles si se les da, en secreto, una píldora de azúcar, siempre que ayude. Pero otros muchos perderían la confianza en sus médicos, si lo descubren.

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