En un panel televisivo celebrado recientemente con el talentoso escritor y periodista Miguel Guerrero, angustiado él y preocupados los demás, como ha de estarlo el pueblo dominicano por su suerte y el resultado final de un proceso electoral cubierto de tristes presagios que aviva el triunfalismo con sus primeras víctimas y donde se juega su futuro inmediato de quienes pretenden perpetuarse indemne disfrutando de las mieles del poder; y otros que lo ambicionan desesperadamente.
Dada la incertidumbre de las encuestas que parecen reflejar, a pesar de los votos duros, la variable naturaleza del pueblo sagaz fácil para hacerles creer una cosa, pero difícil para hacerles permanecer en su creencia, a lo que se agrega una JCE viciada y comprometida desde su origen que reniega de su condición de árbitro; que la emprende contra la observación electoral; actúa contra sus propias resoluciones; rechaza la denuncia documentada y confiesa su complicidad frente al uso indiscriminado y abusivo de los recursos del Estado a favor de las candidaturas oficialistas, incluyendo la Primera Dama; niega la licencia solicitada para ministros y altos funcionarios umbilicalmente involucrados en la campaña y del propio Jefe del Estado, porque nada hay que constitucionalmente le impida, dicen, descuidar su elevada misión como Presidente de la República para patrocinar y agenciarse la gloria efímera: el triunfo asegurado con el primer boletín de la JCE donde el rumor perverso proclama su validación con la proclama inoportuna del Presidente del Partido opositor reconociendo ganancia de causa a su contrario.
En ese panel, sin descartar mis aprensiones, frente a ese escalofriante panorama que apura al moderador a la búsqueda de soluciones, aventuré la idea de la negociación, inefable camino altamente trillado por mansos y cimarrones, desde los tiempos bíblicos.
La esencia de la política es la diplomacia; y de la diplomacia la negociación, hábil, astuta. Es la única fórmula viable que transita el fin de la guerra infinita, para salvar lo irremediable. Sacar ventajas y beneficios proporcionales, o sencillamente evitar males mayores.
En el ajedrez político, nunca se descarta una salida negociada aun cuando se le haya dado jaque al rey. La historia está plagada de ejemplos, desgraciados y afortunados. Lo que se llama una buena negociación tiene que ver con el presente, pero con proyección de futuro.
Aconsejados por la astucia o la prudencia, se negocia: el fuerte para imponer sutilmente sus condiciones; y el débil para sobrevivir, en búsqueda de una segunda oportunidad. Negoció Bosch sin traicionar sus principios, borrón y cuenta nueva, para alcanzar el poder.
Negoció Caamaño con las fuerzas invasoras, dejando su legado en espera de un reverdecido Abril. Lo hizo Peña Gómez, con absoluta candidez, premiando el fraude electoral con dos años de balaguerato y la gesta de la traición. Las Corbatas Azules negociaron la Constitución, y negocian los tránsfugas, los oportunistas, los vividores del poder, constantemente.
Ante la debacle moral e institucional donde la corrupción y la impunidad parecen ser el único punto en común, llegada la ocasión, ¿Por qué no han de negociar sus hacedores una salida que evite un caos mayor, el desastre total finalizada la contienda electoralista? Lo imposible es cuestión de tiempo y circunstancias.