¿Se salvaron los escribas, los fariseos, los verdugos soldados romanos y todos los que maltrataron a Cristo durante su crucifixión?
En Lucas 23: 34 el Señor Jesús exclamó al Padre pidiendo que los perdonara. Y lo hizo bajo el argumento de que no sabían lo que hacían.
La petición se produjo cuando colgaba en la cruz en medio de dos ladrones, siendo insultado y maltratado por todo tipo de hombre y mientras fue sometido a la más terrible de las torturas y dolor humano.
Su petición fue de perdón real.
No estaba destinada a quienes permanecieron pecando hasta la muerte y blasfemando contra el Espíritu Santo.
Tuvo que ver con aquellos que actuaron por ignorancia.
Los frutos de este clamor se hicieron evidentes cuando Pedro se dirigió a la multitud. Unas ocho mil personas confesaron al Mesías resucitado.
¿Qué multitud fue esa? La misma que pidió la crucifixión.
Horas después de la muerte del Maestro muchos se compungieron de espíritu y, otros, hicieron pública su fe, como fue el caso de Nicodemo y el centurión romano.
La expresión no saben lo que hacen, está claro que se refería a quienes lo estaban crucificando.
Era la demostración del poder liberador de la cruz. Es el enarbolamiento de los valores del cristianismo, que colocan el inmenso amor de Dios por encima del odio y deseo de venganza.
Ese sacrificio es el que produce perdón a favor del criminal más grande, sin importar el tamaño de su violencia o daño, una vez abre el corazón arrepentido.
Nuestro odio no permite comprender esto. Sólo se ve siempre el lado del juicio, pero Dios rompe los parámetros de nuestra lógica humana llena de maldad y generadora de resentimientos.
La cruz habla de perdón real hacia el enemigo.