El poder político del plátano

El poder político del plátano

Uno de los parámetros con que el pueblo llano mide las bondades de un gobierno es por el precio que paga por una unidad de plátano.

Si está muy elevado, el gobierno es malo, si por el contrario el precio es accesible al bolsillo trasero del hombre común, el gobierno es bueno.

Una súbita rebaja en el precio del plátano se mira con desconfianza: “Uh! El gobierno anda en busca de votos”.

Si sube, se le enrostra al secretario de Agricultura: “¡Ese tipo se robó el dinero de la siembra del plátano, mira cómo subió el precio! ¡Qué barbarazo!”

Si se explica que el incremento en el precio del alimento guarda relación con el elevado costo del petróleo a nivel internacional, se burlan diciendo: “que yo sepa el petróleo no es el mejor abono para el plátano, yo lo riego con agua clara”.

No comprenden que el precio elevado del petróleo incide en la comercialización del producto. ¡Ah! Cuando guarda relación con las devastaciones ambientales, no hay razonamiento que valga; si está caro, el gobierno es malo.

Qué tragedia no ver un frondoso “mangú” coronado por crujientes cebollitas, esperando a los dichosos que han de degustarlo. O el plátano que viste el traje de gala con envoltura de hojas tiernas del arbusto para presentarse a la mesa navideña al lado del rey de las exquisiteces, el puerquito en puya.

¡Plátano! Tantas veces difamado: “tiene una sustancia, la “bruteína”, que embrutece”. Falso recuerdo de nuestro insigne Juan Bosch, quien desayunaba con un delicioso “mangú” a las 5 a.m.

El obrero dice que el plátano “sostiene”. Cierto, pues contiene hidratos de carbono complejos, cuya digestión es más lenta, distinto de un café con leche que tan pronto se digiere, se olvida. Además, el azúcar con que se endulza provoca la producción de insulina que a su vez estimula el apetito.

Características del plátano:

Es oriundo de Asia. Se dice que cuando Alejandro Magno llegó a la India se enamoró de su sabor, y lo llevó a Grecia; más tarde fue trasladado a las Canarias y de allí a nuestro país. Existe otra versión que señala a los esclavos procedentes del África como sus originales importadores, continente en cuyas costas crecía al cuidado de los árabes.

El Plátano (musa paradisíaca), familia de las musáceas, ha colonizado nuestras islas, el Centro y el Sur de América; incluso ha dado nombre a algunas regiones. “Localidades del Plátano” existen en Grecia, México, Buenos Aires y Venezuela.

En ocasiones surge con nombre cristalino: Arroyo del Plátano, en Hato Mayor, Salcedo, La Altagracia y Cuba. A veces llega a ocupar territorios: “La isla del Plátano”, en Perú y Nicaragua, y permite ubicar regiones, como, por ejemplo, la localidad del Plátano, en Chiapas, México. También puede irse de paseo, es el caso de España donde existe “Plátano de paseo”.

En México le dan un nombre contradictorio, al plátano maduro le dicen “Plátano Macho”, realmente el macho debiera ser el verde. Cosas regionales.

En muchos países designan con el nombre de plátano al guineo, cuando se refieren a éste último le llaman banano (que en realidad debería ser su nombre cotidiano).

El nombre de “mangú” se lo asignó un americano que tanto le gustó que exclamó “Man, Good”, la tradición literal fue “mangú”. En Cuba le llaman Fufú, un derivado de Food-Food, de cuando los ingleses llamaban a comer a los esclavos. Mofongo le llaman en Puerto Rico a nuestro mangú.

El plátano frito se designa con diversos nombres regionales: Patacón en Colombia y Ecuador; tostones en Puerto Rico y en Cuba. En este último país se le llama a los tostoncitos nuestros mariquita, cosas del idioma; en Venezuela, cambur. Lleven pues su diccionario platanil al viajar.

Pero volviendo al tema político, para terminar este artículo yo diría:

Plátano ante ti me inclino, pues sólo tu sabes quién obra bien y quién obra mal”.

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