El poder y la maldad

El poder y la maldad

No siempre se ha acertado en la combinación de un líder ejerciendo el poder con una personalidad buena, equilibrada y sana.

Aunque estas son características que se exhiben y se muestran en la entrada, otra es la realidad con el mando en las manos.

Cuando en el pueblo de Israel se determinó escoger a un rey, Dios ordenó ungir a Saúl.

Al darse cuenta de su gran responsabilidad, el joven huyó escondiéndose en el bagaje. Era miedoso. (I Samuel 10:22).

Sin embargo, cuando Dios lo desechó por su testarudez, entonces tomó una espada y armó todo un ejército para ir en busca de la cabeza de David, a quien el Señor había señalado como su sustituto.

¿Pero y quién iba a decir que un hombre diminuto y de actitud cobarde como era Adolfo Hitler terminaría siendo una de las mentes más criminales, violentas, sádicas y malignas que ha parido la humanidad?

Ese hombre chiquitico fue el autor de hornos ardientes y de la muerte de más de cinco millones de seres humanos a fuego y sufrimiento puro.

No han sido uno ni dos los perversos que durante la historia han tenido el privilegio de dominar a los demás.

Alejandro Magno conquistó al mundo, pero nunca pudo dominar la embriaguez que lo mató a los treinta y tres años de edad.

Del Imperio Romano ni hablar. Era allí donde los cesares vivían en borracheras, orgías, corrupción, homosexualismo y una sospecha por el poder tan fuerte que los asesinatos llegaban hasta la familia real.

Dicen que fue la locura de los emperadores lo que derrumbó a Roma.

La historia siguió igual con la existencia de los tiranos.

Aún hoy día, el poder sigue envuelto en muchas debilidades humanas.

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