POR LEÓN DAVID
Entrevista al escritor César Augusto Zapata
Tú eres poeta… ¿Cuáles son, a tu entender las cualidades que distinguen a un buen poema?
-Gracias por considerarme para tu importante página y realizarme esta entrevista. Quiero comenzar ponderando positivamente tu labor como crítico y difusor de los escritores contemporáneos del país. Debo decir que me es sospechoso el concepto de buen poema y creo desemboca en mala poesía. Mitología personal, el buen poema es un devenir, un acto mágico inacabado, el más indefinible de los actos humanos, que sólo cobra sentido en el asombro del lector.
Si el poema es ya por sí una incursión en los misterios de la condición humana, el adjetivo bueno lo torna deseada utopía de todo el que se abisma en la búsqueda de esas voces interiores que, al plasmarse en el texto, producen en el lector lo que provisionalmente podemos llamar estado poético, vivido ya en un primer grado por el escritor. Te puedo responder que al buen poema se llega con algunas herramientas epocales para entrelazar palabras buscando ritmo, musicalidad, verosimilitud o sueño. Pero no, el buen poema se escamotea siempre, juega como un niño a las escondidas en un bosque de letras; el poeta sigue el rastro y cuando llega a creer que lo ha asido, se desvanece y entonces, volver a empezar. En este sentido trascendente, el buen poema transfiere, pero traslaborado, el acto poético al lector. Creo que esa es la cualidad más relevante: lo que yo llamo, a falta de un mejor concepto, plurisentido: la posibilidad de rehacerse en cada lector. Eso que coloca al poema por encima de los enunciados históricos de otros actos de lengua, en tanto que se renueva en cada sujeto, época o cultura. Ese es el valor del poema, vestidura privilegiada de la poesia.
Con qué tipo de poesía te sientes más identificado y por qué?
-En un primer momento, el simbolismo y la idea del acto poético como un desarreglo de los sentidos, me sedujo hasta conducirme al surrealismo; pienso como muchos otros poetas (Paz entre ellos) que Andre Breton y los surrealistas devidieron la historia del decir poético y no hay posibilidad de evitar ser manchados por el acto surreal, cada vez que asumimos escribir un texto poético. Las teorías formalistas me condujeron por su parte a la búsqueda del poema puro, a la función poética del lenguaje, y por allí me deslicé hasta Vicente Huidobro y el creacionismo. Hoy día, lecturas asimiladas, trato de asumir una voz propia, tomando ventaja de la relación dialógica con el pasado que me permite la postmodernidad. Estoy leyendo a un poeta con el que siento ese extraño influjo de asumir sus textos como míos: Jaime Siles, él ha significado un retorno en mis lecturas a la poesía latinoamericana, junto al Eugenio Montejo y Rafael Cadenas y, por supuesto, los monstruos sagrados para mi generación: Paz, Huidobro, Borges, Lezama, Vallejo, a los que voy con frecuencia y renovado interés.
¿Cómo definirías el oficio de escritor?
-El último acto heroico. Auténtica resistencia del sujeto a la consificación. El oficio de escribir, sobre todo poesía, es una apuesta revolucionaria en el sentido más radical de esta palabra, en tanto que transforma el lenguaje humano, lo rehumaniza salvándolo de la cosificación del mercado y la publicidad, nueva retórica de la instrumentalización. En una época donde se nos pretende designar como mercancia, el oficio de escribir poesía o ficción nos salva y libera, reafirmando la condición humana en su más pura referencia: la vuelta al poder creador del lenguaje de donde provenimos, la asunción de mi condición de demiurgo que me reafirma. Todo dios es poeta.
¿Incide de algún modo la literatura en el cambio y perfeccionamiento de la realidad social? En qué medida y cómo?
-La heteroglosia y la intertextualidad, ambos conceptos de Bahktin, nos colocan ante la realidad de que los discursos están interpenetrados. Cuando los positivistas asumen con desprecio las narrativas, se olvidan de su condición de sujeto parlante. El acto más radical de la lengua es la poesía y en ese sentido, al interactuar con los demás discursos deja su marca indeleble. El discurso poético, al hacerse público no sólo ulcera y transgrede el decir ordinario, sino que lo transforma y enrriquece.
La sociedad del conocimiento y la tecnología parece, a los ojos de algunos un golpe a las humanidades y el arte, sin embargo, la postmodernidad ha significado entre otras cosas, una vuelta a la magía por la vía de la crítica al racionalismo. La retórica ha sustituido otros métodos de control y dominación, es por esto que la importancia de una escritura que opere en los registros de aquello que transgrede, en oposición a la literatura light, significa la radical aperutra del sujeto hacia sí, es un conocimiento que va más allá de lo instrumental, una guerra contra la hegemonía del mal gusto. Lo que el escritor representa en la sociedad postindustrial es la resistencia y la crítica social del derrumbe de un realismo a ultranza.
Háblanos de tu vocación como escritor, de tu obra y tus proyectos actuales.
-Mi vocación es un virus que interfiere en la posibilidad de acceder a otros espacios socialemente más reforzados. Al asumir el oficio de escribir, él nos permea cuerpo y alma haciédonos más autenticos e ineludiblemente los otros olfatean la peste y te estigmatizan, rehuyen. La poesía es un acto de inocencia que los culpables no toleran. Parecería una paradoja, pero la etiqueta de escritor es un recurso de segregación; ahora, si miras más de cerca podrás ver que el poeta es un peligro real en un mundo de compra y venta, encarna la más radical rebelión pues hace algo que no sirve para colocarlo en los escaparates, una cosa que existe pero incanjeable; por eso el prestigio del poeta suele ser póstumo, cuando el peligro que representa es crepúscular. Por ello, el acto de escribir es para mí una mala lectura de lo social en el sentido en que De Mann utiliza el término. Esta voación es una enfermedad que puede, sino se asume como ludismo, conducirnos a la enajenación. Pero el poema atraviesa a despecho del la rutina y lenguaje lineal, todos los discursos utilitarios; se aposenta en el spot, en la charada política y aún en la cátedra manida y repetitiva.
Tengo en proyecto, mas bien terminado, un poema erótico largo que prefiero no divulgar hasta que no esté editado. De mi obra que hable otro.
¿Quién es César A. Zapata?
-César Augusto Zapata se conoce parcialmente. Nació en julio del 58 y temprano supo que tenía problemas para asumir las conductas convencionales, pues gustaba de preguntar el porqué de las cosas. Toda su adolescencia y primera juventud se la pasó explorando las religiones orientales, para luego tomar distancia de toda búsqueda espiritual cuando muere su madre y la parca le muestra que nunca dejó de ser un sujeto con apegos, a pesar de la meditación y el filosofema. Escuchar la Rapsodia Húngara y leer en voz alta lo hacía sospechoso de algún delirio a los ojos de los vecinos del barrio, pero recibía el apoyo de los padres con quienes vivió hasta los 28 años. Quiso ser pintor pero no tuvo acceso a la academia y para compesar su imposibilidad de dibujar, escribió, primero aforismos y luego poemas cortos, hasta que llega al Taller Literario César Vallejomientras estudiaba economía, carrera que luego cambia por psicología. Publica en edición limitada su primer libro de poemas en 1990, luego de diez años de correcciones obsesivas, sin ninguna acogida por parte de sus coetáneos que jamás lo consideraron miembro de su clan. Marcado desde niño por la soledad (hijo único por quince años), no ha tenido seguidores y no ha seguido a nadie. Intento construir una burbuja donde vivir con algunos libros, música y una mujer pero fracaso en lo último. Ahora, libros, alguna música y recuerdos de algunas mujeres sirven de material poético. Su poesía, lo mismo que sus cuentos, son una exploración de los mundos interiores, una búsqueda permanente por reconciliarse con lo que le pertence: su seidad. Vive esa extraña duplicidad del reconocimiento en pequeños círculos y la marginación, en parte volutaria. Desprecia la farándula literaria y al escritor que busca la fama con más fruisión que la obra. De sus duplicidades fragua una literatura cuya vertiente mistica todavía espera por su lector. Me escucho en lo que escribo.
¿Cuál es la importancia de la crítica literiaria y que opinas de esa práctica en el país?
-La crítica es otra poética; acto creador en segundo grado. Una lectura que nos conduce a otro texto en banda de moebius, reescritura y posibilidad en que se reafirma el genio. La crítica crea las condiciones de situar a la obra en esa cadena de reenvíos con la cual descubrir los mundos posibles abiertos a la lectura inteligente; acerca la obra -por el juicio especialista del crítico- a su lector.
Pero la crítcia local adolesce de dos males: desterritorialización y afectividad: muchos críticos no quieren asumir la obra sino en función de la relación primaria con el autor, lo que produce una subjetividad en sentido negativo, de las posibilidades críticas hasta anularlas. En segundo lugar, para ver y dar a ver la obra es importante que el crítico sitúe su método y estrategia (comparación, aproximación semiolingüística, referente histórico…), pero en la práctica la crítica parece un mercado de lisonjas donde el trueque desplaza el análisis, y los que no tienen la personalidad ni el poder para ofrecer canonjías, serán ignorados hasta que algo ocurra y trascienda la mediocre laguna de los críticos: un reconocimiento internacional o la muerte. Sin dudas, la crítica sesgada por el afecto y la falta de un método ha perjudicado una de las más saludables producciones escriturales de la región. Estoy convencido de que la poesía que producen en el país escritores de diferentes genereciones, convergiendo en este tiempo-espacio, es una de las mejores de la lengua. Mas no cuenta con mecanismos de difusión, política editorial ni análsis crítico.