El porqué de la evasión fiscal

<p>El porqué de la evasión fiscal</p>

MARIEN ARISTY CAPITAN
Cuando papá dejaba de usar las tantísimas revistas de medicina que le llegaban, la casa era una fiesta: Pilar, Bego y yo corríamos hacia ese paquete de volúmenes brillantes, llenos de ilustraciones en las que se descifraban los secretos que los médicos le iban robando a la ciencia y al propio cuerpo.

Por aquella época, y hasta los doce o trece años, quería ser doctora. Motivada por lo que era papá, quien siempre me emulaba, soñaba con quirófanos y un ejercicio brillante. En consecuencia, las tres hermanas vivíamos jugando a ser doctoras (con el evidente problema de decidir cuál sería la enferma).

No fue hasta que mi hermanito Javier se partió la cabeza por primera vez que entendí que ese no era mi norte: ver la sangre manar a borbotones y sentir el olor a clínica me asustaron e impresionaron tanto que entendí que mi camino sería otro. La verdad no me arrepiento.

Cuando pienso en lo que quise, pude, fui o no fui, sin embargo, hay un detalle que no se me escapa: mis padres me dijeron, sin importar lo que decidiera hacer, que lo importante era trabajar con ahínco para conseguir las cosas honestamente.

Quizás por eso, al hablar de lo que sería en el futuro, nunca mencionaron la política. Al no hacerlo, me negaron la oportunidad de mi vida: ganar mucho, mucho dinero, sin hacer otra cosa que hablar bonito y leer discursos grandilocuentes.

De no ser por la educación que me dieron, dada la facilidad que tengo para hablar y escribir, ahora sería diputada o senadora. Lamentablemente, por aquello de que no sirvo para embaucar, jamás lo seré.

El no ser diputada, tal como nos contó recientemente el periódico El Día, significa que no podré ganarme un sueldo de RD$120 mil pesos mensuales, más una dieta de RD$5 mil pesos por cada sesión (es decir, por hacer mi trabajo), una ayuda social de RD$50 mil pesos y una compensación de RD$20 mil. Es decir, ganaría más de RD$200 mil por sentarme a aprobar o desaprobar lo que le interese a mi partido.

Si fuera senadora ganaría mucho más: RD$120 mil de sueldo mensual, RD$5 mil por cada sesión, una asignación de RD$400 mil por incentivos y el equivalente a un peso por cada elector de la provincia que representa hasta el año 2010. En resumen: al menos RD$600 mil mensuales, siendo muy pesimista en torno a cantidad de electores.

Aunque leer esto puede producir arcadas en el estómago (al menos a mí me sucedió), es bueno que sepa que los incentivos de la Cámara Baja totalizan RD$12,460,000 al mes, lo que divido entre 178 diputados representa R$70 mil mensuales. Al año significan R$149,520,000.

En el caso de los senadores, que irrita a los diputados porque al compararse se sienten mal pagados, reciben RD$18,169,064 mensuales para el pago de sus incentivos. Dividiéndolo entre 32, nos da la friolera de RD$565,625; mientras que anualmente representan RD$218,028,768.

Por si esto fuera poco los diputados al Parlamento Centroamericano reciben 3,200 dólares de sueldo mensual, más US$600 en bonos para viajes y otros US$400 para dieta, lo que en pesos representa RD$141,120 mensuales (y casi nunca sesionan).

Estos números son indignantes. ¿Cómo, en un país pobre, tenemos el tupé de mantener unas cámaras legislativas de lujo? Peor aún es ver que los diputados se quejan y quieren que se les iguale a los demás. Yo me pregunto, ¿hasta dónde nos quieren sangrar?

Viendo el panorama creo que es hora de hacer algo porque no podemos seguir eligiendo a personas que sólo llegan a las cámaras a servirse de nuestro dinero, a través de organizaciones no gubernamentales, incentivos y pagos por sesionar.

No es justo que sus sueldos sean muchísimo más altos que los de la mayoría de los dominicanos, quienes trabajan durísimo para apenas sobrevivir. Entonces después se quejan de que la gente busque las mil maneras de evadir al fisco. ¿Quién quiere mantener a unos insensatos que trabajan más para ellos que para el país? Si el dinero de los impuestos se usara en hospitales y educación, pagaríamos sin resquemor.

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