El porqué de nuestro olvido

El porqué de nuestro olvido

FEDERICO JÓVINE BERMÚDEZ
Carlos Agramonte, ingeniero con ciertas veleidades de historiador, y este poeta, a cuyas otras tantas pretensiones suma la de creerse conocedor de casos y cosas ya pasadas, entendemos, que si somos analizados tal y como piensan los jugadores de bancas deportivas, podríamos ser definidos como que nuestros pensamientos, se dan a más, o a menos.

No obstante, haber llegado a la conclusión de lo difícil que se le hace al investigador de nuestros días, establecer criterios acerca de una serie de personajes que cumplieron papeles relevantes en los hechos que conllevaron a la construcción de la patria, y que solo aparecen en nuestra historia moviéndose en un trasfondo lejano e impreciso, que siempre se desvanecía pasada la hora de la manigua, justo cuando llegaba el momento de que los pueblistas pasaran sus facturas.

Por eso, no hay en los elementos que componen las generaciones nacidas a partir del inicio de la Era de Trujillo, el conocimiento que debe esperarse para la correcta emisión de un juicio acerca de uno de aquellos personajes de finales del siglo 19, o de principios del siglo 20, puesto que la mayoría de los documentos que les daban sustento, o la transmisión oral que les otorgaba factura de existencia, en una sociedad sumergida en la agrafía, por la carencia de aportes iconográficos, fueron hechos desaparecer de manera intencional en la noche del más aberrante de los desconocimientos.

La Era de Trujillo interrumpió de 1930 al 1961, el traspaso de la historia oral entre tres generaciones, por cuanto el tirano, prevalido de su condición de: Padre de la Patria Nueva, y de Héroe Máximo del Pueblo Dominicano, impedía la exaltación de los prohombres de épocas anteriores. Es por eso que el Duarte descrito por Joaquín Balaguer, es un ser abúlico e irresoluto, incapaz de comprender lo que ocurría a su alrededor, con una pureza que mueve a risas a quienes fueron convencidos, durante las tres décadas trágicas, de que para ser un verdadero héroe, el paladín tenía que poseer (ayer como Trujillo, hoy como cualquier guachimán que se respete) cinco o diez queridas al alcance de la mano, listas para el combate.

Por cuanto, la presencia del tirano impedía el culto a la memoria de los hombres que, frente a tales o cuales hechos, hicieron posible que se destacaran como ejes de algún capítulo de nuestra historia, porque tal tratamiento equivalía a labrarse la pena de muerte, o la degradación ciudadana por boca de los grandes intelectuales trujillistas, cuyos nombres, para vergüenza de este país, constelan los nombres de calles, de avenidas, de barrios y de carreteras por toda la nación.

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