El posible Baldi

El posible Baldi

“El posible Baldi” es un cuento del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, en el que se construye la historia de un personaje no a partir de lo que él es en realidad, sino sobre lo que en una ráfaga insólita de valentía él se imagina ser.
Baldi es un pobre diablo, un abogado de vida oscura, que con su salario la quincena en el bolsillo atraviesa una calle de Buenos Aires y se topa con una mujer “extraña y rubia, pequeña, con un largo impermeable verde olivo atado en la cintura como quebrándola”. La imagen que la describe es un retrato magnífico del desparpajo y la ingenuidad, rasgos que darán pie al infeliz Baldi para ocurrírsele dibujarse a sí mismo como un fiero e implacable León de la selva de la existencia terrenal, frente a un ser más aturdido que él.
La mujer caminaba delante y a cada momento le chorreaba una mirada a Baldi. Onetti la describe así: “era una pequeña figura que llevaba unos tacones demasiado altos, que la obligaban a caminar con lenta majestad, hiriendo el suelo en un ritmo de relojería”. Mientras caminaba, Baldi tocaba el dinero de su salario que llevaba en el bolsillo, y calculaba el tiempo que le quedaba para llegar a su casa. Esa noche tenía una cita de rutina con su novia Nené. De pronto un hombre “bajo y gordo, con largos bigotes retintos”, comenzó a molestar a la extraña mujer, poniéndose a su lado y susurrándole piropos, y Baldi, envalentonado,” se abrochó rápidamente el saco y caminó hasta ponerse junto a la pareja”. El molestoso huyó, y la mujer dio las gracias a Baldi, entornando los ojos de ingenuidad. Entonces el tímido hombre de vida oscura que Baldi era, le respondió alzando los hombros, como si esa fuera una tarea insignificante, como si estuviera acostumbrado a poner en fuga a hombres molestosos y bigotudos. Sin darse cuenta, Baldi había entrado en la pendiente enjabonada del otro, el posible Baldi.
Mientras seguía caminando a su lado, el Baldi que él nunca había sido comenzó a brotar. Como en aquella canción de Joaquín Sabina, surgió el Baldi “de las mil caras feroces que la admiración de la mujer hacía posible”. Comenzó a contarle sobre el Baldi que gastaba en aguardiente en una taberna de marinos en Marsella o el Havre. El baldi que se embarcaba en una travesía peligrosa, con diez dólares y un revólver. El Baldi enrolado en la Legión Extranjera que regresaba a las poblaciones con una trágica cabeza de moro ensartada en la bayoneta. O ese Baldi aborrecible que cazaba negros en Transval, África del Sur, trabajando como guardián en las minas de diamantes. “Así, hasta que el otro Baldi fue tan vivo que pudo pensar en él como en un conocido”. Ese hombre respetuoso, de una lenta vida idiota, comparado con este otro que él fingía ser, ante la mujer azorada, lo había entusiasmado de tal manera que le pareció necesario hacer un gesto que lo hiciera más creíble. Sacó el dinero del salario que llevaba en el bolsillo y puso un billete sobre las rodillas de la mujer. Con los grandes ojos abiertos la mujer lo miró. Y él agregó un billete más grande, diciéndole: “Toma, ¿quieres más?”. Quiso marcharse con el gesto seco que hubiera usado el posible Baldi, pero volvió a los pocos pasos y acercó el rostro barbudo a la mímica esperanzada de la mujer, que sostenía en alto los dos billetes, haciendo girar la muñeca. “Ese dinero que te di lo gano haciendo contrabando de cocaína. En el Norte”- le dijo- y se marchó hundiéndose en la realidad de todos los días.
Quizás todos hemos sido alguna vez el posible Baldi, y le hemos cogido gusto al juego de inventar otro tipo de existencia. Lo pensé pensando en la sociedad dominicana de hoy, en el porrazo de la historia, en la muerte del hombre mortal, y en la mentira. A estas alturas me parecía que Trujillo debía ser una alma negra que ardía en el infierno. Pero, no. Como el posible Baldi, ahora son dos. El “trujillito” del siglo XXI, como aseveró Leonel; y el nieto sanguíneo del dictador sangriento. ¡Maldita historia circular, la nuestra!

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