Las siete palabras de Jesús en el Gólgota recibieron este año, como de costumbre, interpretaciones de ardor contemporáneo. Desde el púlpito se escuchó la voz fuerte y directa de sacerdotes. Denunciaron a la prensa por permitir el uso de sus espacios en la promoción del uso de preservativos en adolescentes.
Y al Estado por múltiples causas como la inequidad lacerante y la impunidad para quienes se enriquecen desde el poder mientras soldados y policías reciben salarios de miseria; reprocharon además la baja remuneración que a diferentes niveles reina en el sector privado. Resaltaron la ineficiencia de los cabildos; y se refirieron a empresas extranjeras que se llevan la riqueza, aludiendo al oro.
La JCE también recibió reprobación por negarles documentos a hijos de haitianos; y ni la propia Iglesia se salvó de los truenos al formularse una autocrítica por la dejadez del clero ante problemas nacionales.
La contraparte de estas recriminaciones, vista como víctima, es el pueblo. El centro y divisa de la prédica de Jueves Santo (en víspera de la Pasión) es el Señor; y de Él se da fe de que resucitó al tercer día, un ascenso de entre los difuntos que no acaba de llegar a esa ciudadanía que el verbo eclesial nos ha presentado como sometida a la postración y a la desdicha; a la injusticia y al triunfo de los malos sobre los buenos. Una nación que, por culpa de políticos y otros entes sigue, de algún modo, en su calvario.
El cirineo que merecemos
El balance de víctimas de accidentes de tránsito y de otros afectados en el barullo que se suscita en el largo asueto de la Semana Mayor, siempre será doloroso; el que sea mayor o sea menor el total en comparación con años anteriores no dice mucho; fuera de que, en toda época, la ciudadanía está gravemente expuesta al irrespeto a las normas de tránsito, presente en cada intersección nacional o a rumbo tendido por carreteras secundarias o troncales.
Un país definitivamente desaconsejado para que cualquier extranjero circule por él conduciendo vehículo de motor; porque el territorio nacional no está bajo el control suficiente de autoridad para que el cumplir las leyes sea la regla y no la excepción. Lo básico es que las autoridades no cuentan con una herramienta legal efectiva, ni con recursos materiales, ni personal bien entrenado y pagado que garanticen el imperio del respeto. Nos falta ese Cirineo.