El PRD

El PRD

El Partido Revolucionario Dominicano en la paz y en la guerra ha sabido y sabe defender los mejores intereses del pueblo dominicano.

Fue el primer partido que  acorraló el miedo a la tiranía y recorrió el país enarbolando la bandera de la democracia, inició la organización de la gente para que participe, defienda y reclame sus derechos y contribuya a su avance social y político.

Desde siempre en el PRD se ha luchado contra el caudillismo. La salida de Juan Bosch del partido fue una reacción al enfrentamiento que se le hizo por sus actitudes antidemocráticas. Eso no se entendió entonces.

El liderato de José Francisco Peña Gómez siguió el patrón del caudillo desplazado y se convirtió en un líder cuya palabra provocaba que la masa gritara: ¡lo que diga Peña en lo que va! Eso tampoco hizo bien a la democracia interna en el partido.

Peña ejerció ese mando hegemónico con el arte del consenso y con la batuta del reparto, pero dejó de lado las convenciones, que desde la base hasta la cúspide, revelaban, descubrían y consolidaban los lideratos en los distintos niveles.

El PRD es una emoción que se ha convertido en realidad, es un sueño alcanzable con el trabajo de todos por la democracia, sólo que no funciona bien una organización democrática hacia fuera y antidemocrática hacia adentro.

Ello, porque mejor temprano que tarde, los caudillos se convierten en elefantes en una estrecha vidriería y pisotean bien ganados liderazgos, postergan el surgimiento de otros y yugulan los que no se pliegan al dinero, a las mercedes o a las promesas.

Lo real, lo constante, lo importante es que la masa del partido es de una lealtad a toda prueba.

En la oposición sabe cómo y contra qué actuar, en el gobierno, acepta las decisiones de sus presidentes y no cambia su bandera con la veleidad de una veleta.

A esa masa honesta, decente, firme,  valiente, trabajadora, sobre cuyos hombros descansa el presente y el futuro del partido, hay que respetarla y facilitar que sea su voto mayoritario el que decida quién o quiénes deben ocupar las posiciones de mando.

Las disposiciones por encima de los estatutos no deben ser aceptadas por  nadie. El partido no es una empresa que se puede manejar por la sola voluntad de un hombre o por la decisión de un grupo.

Los enfrentamientos internos sólo benefician al enemigo, cuando se pacta con él. Lo que vale es el respeto y la convocatoria a la elección interna sin imposiciones ni negocios turbios.

La convención es lo correcto, lo demás es caudillaje.

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