El PRD en la Asamblea

El PRD en la Asamblea

Alentador resulta el anuncio reciente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Finalmente participará en las deliberaciones de  la reforma de la Constitución. Si no se devuelve, o se retira en el proceso,  su presencia sin duda estimulará la dialéctica interna de un debate que se vislumbraba aburrido, unilateral y acomodado.

El Ejecutivo logró armar su estrategia con una sumatoria esencial, acordada  en aquella  reunión invisible con los reformistas, y cuyo vocero, uno de los que fue pero no estuvo en Palacio, pretendió desvirtuarla con una bravuconería de pose, condicionando su participación a la aprobación previa de un  par de piezas (entre ellas la ley de partidos).

Como no se le lleva cuenta a nada ni a nadie –ni siquiera los avezados y curiosos periodistas investigadores-, le resulta “suave” al honorable diputado, ahora que es cosa olvidada, asumir la encomienda pactada de participar sin entorpecer.

El PRD no está libre de pecado. Por más golpes de pecho y arrepentimientos públicos, la penitencia no indulta ni borra el dislate aquel del 2002 con la reelección restablecida.

Pero la política es gerundio y siempre hay otras oportunidades.

Ahora lo importante en este proceso de reforma –aun en la manera que  reformamos- no es pretender doblar el brazo e imponer lo contrario a lo que se propone. Sería una fantasía maximalista ante una aritmética alimentada desde el poder.  Pero sí se puede en el camino ajustar y cambiar  cargas especificas.  Los grandes acuerdos no son de este mundo, pero si puede acercárseles en asuntos concretos que deberían ser constitucionalizados de manera distinta a la planteada.

Al presente  lo que cuenta es la política,  la puja de fuerzas, la capacidad de manejo y de maniobra. La hora de los constitucionalistas acabó. Ni antes ni mucho menos ahora los planteamientos técnicos por más lúcidos y coherentes, razonables y racionales.

El PRD va en una posición cómoda. Y tiene ante sí una buena oportunidad. Puede abogar y avanzar propuestas sin tener que responder ni comprometerse con ellas, pues por eso es minoría.  Puede coquetear con el perfeccionismo, con lo poco posible, siempre y cuando no se le vaya la mano. Puede exponer su proyecto y su visión de constitución cuyos lineamientos han avanzado algunos de sus sólidos expertos. Puede, ahora en detalle y en el calor de los debates, develar, según sus críticas sostenidas,  las “maquinaciones” cardinales y esenciales a beneficio del poder que el proyecto contiene. 

Y todavía más: plantear y avanzar propuestas sobre aspectos concretos cuya modificación pueden ir a su haber. La mayoría no siempre es totalmente compacta ni lo es todo el tiempo. En un ambiente políticamente maduro la discusión política de una Constitución -en su núcleo básico de la arquitectura del poder institucional- el interés  de las partes políticas con anclaje social es el de establecer las reglas esenciales del juego y la definición de la arena de “combate”, que sirvan,  protejan y permitan al que está fuera,  en la acera de enfrente, llegar y gobernar. Y para el que gobierna, luego de la tragedia de perder, que  disponga de seguridades de que también puede volver. Precisamente lo que no cultivamos. 

El PRD puede hacer todo eso y mucho más. Ellos sabrán.

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