El día cuatro del presente mes se cumplieron 29 años del trágico final del presidente Antonio Guzmán, el único gobernante que por serio se privó de la vida en nuestro país, y también se cumplieron 50 años del ingreso del PRD desde el exilio, el 05-05-61.

Los medios de información han honrado esas dos efemérides, destacando en el primer caso el civilismo enalteciente del presidente Guzmán que no persiguió a nadie por disentir con su gobierno, que eliminó las deportaciones por ese mismo apelativo, ni mucho menos encarcelar a nadie por oponerse al régimen.

Con tan solo esos ejemplos, el presidente Antonio Guzmán sobresale en reputación laudable por encima de casi todos sus colegas, por encima de monseñor Fernando Arturo de Meriño, que promulgó el terrible decreto de San Fernando, por encima de Francisco Gregorio Billini que renunció al poder por el miedo que le producía la sombra terrible de Ulises Heureaux, inclusive por sobre Salvador Jorge Blanco que no debió  perseguirle después que eran básigas.

Concerniente al ingreso del PRD al país en las figuras avanzadas de Ángel Miolán, Nicolás Silfa y Ramón Castillo, cierto que inició escalar la jalda para acceder a la democracia tan peculiar nuestra, de tan pésima reputación que permite sin inmutarse ni proponerse variar, la concentración de la riqueza en unos pocos mientras acentúa la pobreza y la indefensión en los más, y eso no se llama democracia, sino embudocracia y plutocracia que desdeña los padecimientos de los irredentos.

Yerros muchísimos ha incurrido el PRD, pero en el único lugar donde no los hay es en el cementerio, insistía conmigo mi hermano afectivo desaparecido Mario Álvarez Dugan (Cuchito), y en lo sucesivo lo que falta es modificar la sinergia y el cosmos, para que el accionar concuerde tan solo con la filosofía social de la Iglesia Católica alusivo al capitalismo salvaje, el hedonismo financiero y el desbocado potro de la corrupción.  Los troncos y líderes referenciales del PRD desaparecieron y no hay visos de relevo.