El PRD que quiero

El PRD que quiero

Nací en una familia perredeísta, antitrujillista y antibalaguerista, preocupada por la suerte del país, observando las desigualdades que padece nuestro pueblo. Las injusticias siempre me han marcado. La patria, sus símbolos, han motivado emoción, interés, preocupación que llevo dentro.  Lo social ha sido una constante en  mi vida, ya de adulta. Trabajar y luchar por los que menos tienen,  una necesidad. Una especie de desahogo moral a quien,  como yo,  la vida le ha dado mucho, mientras a otros tan poco.

Mis inicios en la política fueron intensos. Además de la secretaria de organización, he trabajado  en el Secretariado Técnico, en la Federación de Mujeres Social Demócratas y en la dirección de finanzas,  miembro de la Comisión de Reforma Estatutaria y secretaria de varias comisiones y convenciones nacionales. Participé en innumerables reuniones de la internacional socialista, fuimos la primera secretaria nacional de gestión con la sociedad civil. Colaboramos estrechamente con la campaña del compañero Pacheco en sus aspiraciones a síndico en el 2006. Dirigimos el sector externo de esa candidatura, en la convención del 2007, con la responsabilidad de la parte organizacional de la precandidatura del compañero Miguel Vargas, y en el 2008, estuvimos al frente del comando de la sociedad civil de su candidatura a la presidencia.

Ya en el 2009, decidimos aspirar a la secretaría general  y desde ahí impulsar los programas de  modernización del partido. Nuestra propuesta concitó el apoyo de una gran parte de los perredeístas, que se enamoraron de la idea de que una mujer estuviera en la dirección partidaria.

Todas las encuestas mostraban la necesidad ante la propuesta de un nuevo PRD, la incorporación de la mujer en la dirección. En ese sentido, el equipo de asesores internacionales y nacionales del compañero Miguel Vargas resaltó  la importancia de incorporarnos a la dirección del partido.

Hubo una  reorientación de las fuerzas a lo interno del partido, coyuntura en la que el compañero Guido buscó nuevas alianzas. Este equipo presentó, entonces,  la candidatura de Orlando, ofreciendo al país la nueva cara  del PRD.

Luego de estructurada la dirección, el equipo político de Luis Abinader decide buscar parte de la dirección y lanzar la candidatura de Tony Peña a la secretaría nacional de organización, apoyándose en las estructuras del compañero Guido y las propias de Abinader. Entre la secretaría general y la de organización, hay que reconocer que las pasiones la despertaba la secretaría general, en donde el compañero Guido había logrado convertirse  en víctima y se pretendía tumbarle el pulso y los puntos a Vargas.  Se radicalizaron las fuerzas y la lucha fue sin cuartel.

Tuvimos que ganar cuatro o  cinco veces la candidatura: ante las bases con el voto universal, ante la comisión organizadora, ante la comisión política,  en la JCE y, sobre todo,  ante la opinión pública que se había hecho eco de una campaña mediática difamadora y distorsionada. Finalmente el 28 de febrero del 2010, en la Arena del Cibao, fuimos proclamada secretaria nacional de organización, un gran día para mi carrera política.

De inmediato, nos involucramos en el montaje de las elecciones congresuales  y municipales, bajo el eslogan “Avanzar en el 2010, para ganar en el 2012”. Sin dudas, se arrastraban las amarguras del trauma del proceso convencional interno.

Cuando se estaba conformando la boleta en el Distrito, las cuotas imponían la postulación de dos mujeres en la circunscripción electoral número dos del Distrito  Nacional, y un nuevo sacrificio se me solicitó. La candidatura a la senaduría podía necesitar unos miles de votos que las encuestas nos acreditaban en esa circunscripción, pero fuimos convencidas de aceptar la candidatura a diputada, ya  que esos votos serían necesarios en los conteos finales.

El Pacto de las Corbatas Azules, como se le conoce, rehabilitó a Hipólito Mejía como candidato presidencial, comenzando con ello la mayor lucha interna.  La convención fue traumática, independientemente de que el congreso había aprobado un padrón semiabierto, la comisión no permitió la depuración del padrón, convencionando con un listado abierto, lo que permitió la injerencia de otras fuerzas políticas en los resultados convencionales. El beneficiario del proceso fue Hipólito.

Iniciado ese proceso, hay que decir que ambos, tanto Hipólito como Miguel, aseguran en sus posiciones que  no había  interés real de la otra parte.  Había una gran expectativa en torno a un diálogo sincero que propiciara la unidad tan esperada por la familia perredeístas y por los millones de dominicanos que confiaban en  nuestro partido como única alternativa del cambio que demanda el país.

El 21 de mayo amanecimos los dominicanos con un resultado electoral oficial.  Analizando con todos los sectores y los equipos de campaña, comenzamos a ver las situaciones que lo habían propiciado, aunque la impotencia de los compañeros daba gran responsabilidad al uso desmedido de los recursos del Estado y el comportamiento de la JCE, lo que más dolió e impactó a los perredeístas fue la actuación de los propios compañeros,  en contubernio con el Gobierno, actuando en contra de los intereses nuestros.

Inmediatamente comenzaron los cuestionamientos, y las actuaciones procurando sanciones disciplinarias. La reacción tanto de Andrés, de Orlando, como la mía, fue tratar de proteger a Miguel Vargas, y evitar unas medidas disciplinarias con implicaciones permanentes. Nos dedicamos a defender la institucionalidad, buscando que todo cuanto aconteciera fuera en el más estricto apego a la legalidad y a las disposiciones estatutarias.

Los sucesos están frente a nosotros, recientes y tozudos, como toda verdad: la celebración de la comisión política, del comité ejecutivo nacional, las decisiones que se adoptaron, la nulidad de la convocatoria por parte del tribunal electoral, el cierre de la casa nacional,  los escarceos, el comité ejecutivo celebrado por Miguel, el atropello  a mi persona en la Casa Nacional del PRD.

La sentencia del Tribunal Electoral dimensionó la crisis. Estábamos ante la triste evidencia del totalitarismo alcanzado por Leonel Fernández, con su innegable injerencia en las altas cortes. Un duro golpe al sistema de partidos en la República Dominicana, mostrando crudamente la debilidad de nuestra democracia.

Finalmente, creo, sin embargo, que es hora de la reconciliación de la familia perredeísta. El país nos necesita. Debemos ocupar nuestro rol de oposición, con determinación e inteligencia. Todos somos importantes. En la conjunción de lo mejor de lo nuevo con lo mejor de lo viejo, creo  en la unidad,  en un nuevo PRD con una gloriosa historia  que escribir. Debemos, en tal virtud,   abandonar  posiciones individuales y cerradas.  Acostumbrarnos a  regirnos por  las decisiones de nuestros  organismos. 

Quiero, entonces, un PRD con verdadera vocación de poder, que, desde el poder, realice el gobierno por y para la gente como lo quiso nuestro inolvidable líder  el doctor José Francisco Peña Gómez.

Creo que podemos reencontrarnos, perdonarnos, olvidar que nos hemos lastimado, ser capaces de valorarnos, reestructurar los organismos,  confeccionar un padrón electoral garantista, concurrir a una convención, concertada, que acabe con las luchas internas, elegir una comisión organizadora capaz de impregnar confianza y precaución a las partes,  que nos llene de orgullo y que nos restablezca la confianza en el seno del pueblo dominicano. 

Un marco jurídico que nos asegure la participación equitativa y fortalecida en los próximos procesos, de cara al 2016, la acaparo de un código electoral que abarque la ley electoral, la ley de partidos políticos, y la ley de garantías electorales. Evitaríamos,  mediante estos instrumentos legales, la injerencia del aparato  estatal  a favor de sus  intereses partidarios y particulares.

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