Nosotros poseemos una sed insaciable de crecer, de ser reconocidos, de poseer bienes materiales, de acumular fortunas, de expandirnos sin una línea fronteriza que nos limite; en conclusión, tenemos sed existencial. La sed nos lleva a expandirnos en todas las esferas, queremos crecer más y más. La sed que poseemos nos lleva a ocupar más espacio, hacernos más grande o largo, propagarnos y difundirnos. Buscamos dejar un legado, no nos queremos morir, nos resistimos a una transformación de este mundo a otra esfera.
Casi todos los presidentes que hemos tenido en la República Dominicana entran con un discurso reformador y con apariencia de honestidad, luego cuando saborean y experimentan los beneficios del poder cambian su perspectiva, y es precisamente ahí donde emerge de forma mágica el deseo de expandirse. Ese paso de crecer y expandirse de forma desproporcionada es la ambición que le genera y factura un precio muy alto. Algunos pierden sus familiares, se enferman, pierden el derecho a vivir con naturalidad, mueren solos y con depresión. ¿Acaso hemos nacido para vivir una presión social construida por el deseo de expandirnos? Es una pregunta para reflexionar, la vida es muy corta, es efímera y es delgada. Nos quebramos en cualquier momento. Pero…no sólo queremos ser presidente, también queremos perpetuarnos sin calcular el precio de esa posición que debería visualizarse como una vocación con caducidad.
El precio de expandirse no sólo se da en el contexto político, existen otros escenarios que nos envuelven en el sueño fantasmal, en aquella visión carnal que se alimenta del ego y de residuos abstractos que va dejando nuestra sociedad en busca de significado. El escenario de la acumulación de tierra, de casas y de dinero es una agonía producto de la inseguridad. Cuando tenemos todos esos bienes la misma sociedad, nos exalta, nos venera y nos aíslan. Nos hacen sentir diferente, nos convertimos en un blanco de ataque, un punto de estafa y nos volvemos tan sensibles que nos arropamos con cámaras de seguridad. Perdemos la esencia de ser, de vivir, de reír, quedamos atrapados y petrificados en vigas de concretos por una sociedad metalizada, llena de temores y precaria en identidad.
El precio de expandirse sin una clara visión de la vida es muy peligroso, sin una teología del poder es mortal, sin una cosmovisión del SER y el HACER es desperdicio. Cuando buscamos el sentido de las cosas nos impulsamos a una introspección de lo que hacemos y el porqué lo hacemos, nos vemos en un espejo donde se proyectan nuestras experiencias vitales, nuestras aspiraciones, deseos y limitaciones. Creo en el producir, creo en el ahorro, creo en la abundancia, pero todo debe suceder dentro de un diafragma que nos lleve a vivir una vida integral, completa. Recuerdo lo que expresó el clérigo y teólogo John Wesley, fundador del movimiento metodista, expresó: “Gana todo lo que puedas; ahorra todo lo que puedas; da todo lo que puedas”.
John Wesley, dejó un legado, una filosofía y práctica de cómo usar los bienes. ¿Qué precio queremos pagar para expandirnos? ¿Cómo deseamos terminar nuestra carrera aquí en esta tierra? ¿Qué dejaremos?