La fama otorga a aquellas personas que la han alcanzado, ya sea a nivel nacional o internacional, un estatus de interés público superior, con relación al que pueda despertar un ciudadano común.
La fama tiene aspectos interesantes, positivos, pero también despierta en su contra muchos demonios humanos, como la envidia, el odio, malquerencias gratuitas que dañan y hacen tormentosa la vida de muchos que han sobresalido gracias a sus conocimientos, profesionalidad, talentos, esfuerzos, dedicación y empeño en aquello a lo que se dedican.
Brillar como una estrella tiene un alto costo emocional. Una carga de estrés a veces insoportable, de tal forma que muchos destacados llegan a renegar del haberse convertido en personas de interés público, pues ni siquiera tienen una vida privada en la que refugiarse de aquellos que les acosan, que hasta llegan a disfrutar de sus desgracias, sobre todo si son mujeres, pues las famosas son las más envidiadas por aquellas que no han podido lograr éxitos en sus vidas anodinas.
Muchas personas con talento rehúyen darse a conocer, no quieren penetrar en las “críticas”, de los “genios” y del público que se cree con derecho a juzgar, condenar y hasta detestar a personas que no conocen personalmente, sino simplemente a través de medios de comunicación.
Figuras importantes optan por el anonimato, un bajo perfil, antes que pasar por la pena de las burlas públicas que en el caso de las mujeres son más duras.
En la entrega de premios Soberano, algunos “chistes” giraron sobre damas presentes, sus divorcios, que estaban solas, que no tenían hombres, una que se casó tarde, llenas de bótox, etcétera. Después, bromas de la “vieja Fefita”, y mil necedades más, sin detenerse en elogiar a esas damas que realmente se han destacado cada una en su estilo propio con trayectorias interesantes, realizando labores de frente al público donde la calidad y el talento están presentes.
Felicidades para todas ellas.