LEO BEATO
Nuestras nuevas generaciones ignoran lo que ha costado la libertad a la cual estamos todos hoy acostumbrados. Citemos, por ejemplo, a los 56 próceres que firmaron la Declaración de la Independencia norteamericana el 4 de julio del 1776. ¿Sabemos qué le sucedió a cada uno de ellos después de haberla firmado? De esos 56 patriotas cuyas efigies estamos acostumbrados a ver en el famoso lienzo histórico con Thomas Jefferson a la cabeza seis fueron capturados por los ingleses, torturados y vilmente ejecutados como traidores.
A doce de ellos se les destruyó todas sus pertenencias, incluyendo sus residencias que fueron incendiadas como botín de guerra. Nueve de esos 56 héroes fueron gravemente heridos en batalla y murieron como consecuencia de las mismas. La mayoría perdieron a sus hijos durante la larga guerra de independencia muchos de los cuales fueron capturados y ejecutados por los ingleses. Uno de ellos, Carter Braxton del estado de Virginia y dueño de una de las flotillas de barcos mercantes mas grandes de la época, perdió toda su fortuna cuando los ingleses los confiscaron en alta mar. Como consecuencia él y su familia murieron en la miseria. Lo mismo le sucedió a Thomas McKearm, otro de los firmantes de la Declaración de la Independencia. Thomas Nelson Jr, otro de ellos, le pidió al general George Washington que enfilara los cañones contra su propia residencia donde se había parapetado el general británico Cornwallis convirtiéndola en su cuartel general durante la batalla de Yorktown. Como consecuencia de esta acción Nelson Jr. quedó en la pobreza renunciando a sus posesiones y a pertenencias. John Hart, otro de los 56 firmantes, pasó el resto de sus días como un judío errante huyendo de los ingleses que le habían puesto un precio a su cabeza. Regresó a su hogar a escondidas para decirle adiós a su esposa que agonizaba en el lecho. Sus 13 hijos, a los que ninguno de ellos volvió a ver, se habían desparramado por el país despavoridos y jamás volvieron a encontrarse con sus padres. El precio de ambos fue inconmensurable. La libertad no tiene precio para los que aman a su patria pero tampoco se obtiene gratis.
Tomemos ahora el caso de Dominicana, el único país del mundo con tres padres de la patria preconizando a la Santísima Trinidad: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella. Los tres murieron en la pobreza extrema. Duarte, en Venezuela después de haber sacrificado todas sus pertenencias en aras a la independencia de su patria. Sánchez, vilmente asesinado en El Cercado junto a sus compañeros patriotas precisamente por antiguos compañeros de armas con Pedro Santana a la cabeza. Y Mella murió deshidratado de fiebre en una choza olvidada. Los tres sacrificados en aras de la patria. Lo mismo sucedió en Santa Marta con Simón Bolívar, con Sucre, vilmente asesinado también. Todos conquistaron la independencia de sus respectivos países dándolo todo en sacrificio total. Una libertad que ha costado muchas vidas, mucho esfuerzo y demasiado sangre. No son los fuegos artificiales que vuelven locos a los niños el 4 de Julio o el 27 de febrero. Se trata del precio increíble que pagaron nuestros antepasados por nuestra libertad. Esta les salió muy cara pero hoy no nos damos cuenta. De hecho, nuestros hijos y nietos no parecen tener la más remota idea de lo que ha costado la vida que hoy disfrutan tan inescrupulosamente.