‘El precio de mi libertad es la sangre del pueblo palestino’

‘El precio de mi libertad es la sangre del pueblo palestino’

A sus 14 años, Ahmed Salaymeh es el preso palestino más joven liberado por Israel en virtud del acuerdo de tregua con Hamás. Ahmed pudo regresar a su casa en Jerusalén. Casi todos los Salaymeh, una de las familias palestinas más numerosas de Jerusalén, se han reunido para darle la bienvenida.  Ahmed tiene una mirada juvenil, feliz de estar de vuelta con su familia. 

 «Sí, soy libre y estoy contento de serlo, pero en el fondo no puedo estarlo realmente. El precio de mi libertad es la sangre del pueblo palestino. En Gaza ha muerto gente, otros están heridos y todos han perdido sus casas. Que Dios les proteja», dice.  Ahmed estaba en prisión en Israel, a la espera de juicio. Se le acusaba de lanzar piedras contra israelíes en Jerusalén Este. «Colonos», corrige Nawaf, el padre del joven.

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«Mi hijo es un niño, un menor de 14 años. Debería estar en la escuela», prosigue Nawaf. «En vez de eso, estaba en la cárcel. La misma prisión donde yo mismo estuve encarcelado por la misma razón hace 30 años, durante la primera Intifada. Pero entonces la situación era diferente. Contábamos con el apoyo de la comunidad internacional y de los países árabes, que desde entonces nos han olvidado. ¿Resistencia? Ese es nuestro destino como palestinos. No puedo decirle a mi hijo: te equivocaste al hacer lo que hiciste. Aquí luchamos por nuestros derechos, defendemos nuestra tierra y nuestra patria», recalca. Según el derecho internacional, Israel ocupa ilegalmente Jerusalén Este, la parte palestina de la ciudad santa.

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«Todos los días entraban los guardias y nos daban una paliza»

Por su parte, Mustafa, de 17 años, ha vuelto a casa tras pasar 13 meses en prisión. Aprieta los dedos, le tiemblan las piernas y le cuesta estarse quieto. «Todo cambió después del 7 de octubre. Ya no teníamos nada en nuestras habitaciones; todos los días entraban los guardias y nos daban una paliza, golpeaban a los jóvenes y a los viejos, nos torturaban. Las duchas eran cada dos días y, si no les apetecía, no había duchas. Dejaron de darnos verdaderas raciones de comida. Nos íbamos a dormir hambrientos y nos despertábamos hambrientos. Pero Dios estaba con nosotros», cuenta. Cuando le preguntan qué teme ahora, sus ojos se endurecen. Responde que no tiene derecho a decirlo, que teme las repercusiones.

Suad Mitwalli es psicóloga y trabaja con ex reclusos desde hace más de 20 años, y desde hace cinco con niños excarcelados. «A menudo tienen problemas para adaptarse cuando salen. Es como si hubieran crecido demasiado rápido. Depende de su experiencia, su personalidad y el tiempo que hayan pasado en prisión. Y de su experiencia en prisión. Algunos han sufrido demasiadas torturas. Cuando salen, se vuelven paranoicos con la gente que les rodea, tienen miedo constantemente. La mayoría de los reclusos tienen problemas de sueño y trastornos alimentarios», explica.

En su opinión, les resulta difícil volver a una vida normal, sus sueños y su inocencia infantil simplemente se han roto.

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