El presente, visto desde el pasado

El presente, visto desde el pasado

El 29 de diciembre, en 1903, Carlos Morales Langüasco era jefe del Gobierno dominicano. Al encabezar una exitosa asonada contra Alejandro Woss y Gil, logró desplazarlo el día 24 del mes anterior. Anunció elecciones para el 1904, y, aún bajo esta promesa, enfrentaba en ese fin de mes, una revuelta que comprometió a la gente política de gran parte del país. El

jimenismo, del cual era parte, y fuerzas ajenas a los grandes grupos, se sentían burlados.

Cuando inició el movimiento contra Woss y Gil, en octubre, lo hizo en nombre del jimenismo. Las fuerzas abanderadas bajo el nombre del antiguo comerciante de Montecristi, lo siguieron por ello. Existía la certeza de que proclamaría a don Juan Isidro Jiménes como su candidato, tan pronto se organizaran las elecciones. De hecho, él era uno de sus más fervorosos partidarios en Puerto Plata, donde era Gobernador.

Pero la política dominicana está llena de entuertos y recovecos. De manera que para este 29 de diciembre, Morales hace rato que propuso candidaturas diferentes. Esto ha ocasionado el levantamiento del jimenismo surgido desde poco antes de la liquidación del régimen de Ulises Heureaux. Se encuentran bajo las armas, además, grupos independientes sureños, encabezados por Luis Pelletier y Carlos Alberto Mota. El 1904 es saludado por la República del disenso en armas. No se escuchan las detonaciones de montantes y cohetes, sino el chirrido metálico de machetes rechocando y las explosiones de fusiles manando su fuego letal.

Morales habrá de imponerse. Cuenta para ello con el brazo del horacismo, que nació con los sucesos del 25 de julio de 1899. Ramón Cáceres, primo de Horacio y guía del horacismo en ausencia de éste, es el candidato a la Vicepresidencia conforme la propuesta hecha pública por Morales, y que tanta desazón ha causado. Para vencer, Morales afinca sus fuerzas en un paulatino deterioro de la imagen pública de Jiménes, a quien algunos señalan como persistente en extremo. Echa su confianza, además, en el triunfo militar de sus adláteres.

A lo largo del proceso revolucionario y de las luchas en el palenque de la opinión pública, no pocas veces se enrrostrará a Morales su defección del jimenismo. El no vaciló en sostener que su lealtad a Jiménes era irreprochable, y que de ser electo Presidente de la República lo protegería.

La exposición de este sentimiento no acalló a quienes lo combatían ni redujo la ferocidad de los combates. Pero hacia el mes de abril, era evidente que menguaba el apoyo popular a los revolucionarios.

En mayo tuvieron lugar las elecciones y el binomio Morales Cáceres tomó posesión de la jefatura del Gobierno Dominicano, el 19 de junio.

Había otra lucha, menos sonora aunque más lacerante, que tenía que ver con la deuda pública externa. A lo largo de esos años el país sufrió humillaciones diversas, al tener que admitir que agentes consulares extranjeros se pronunciaran contra el desempeño y las personas que componían la administración nacional. Las exigencias de los acreedores habían determinado la hipoteca de los ingresos del comercio exterior en muelles como los de Santo Domingo y Montecristy. Pero esa merma de la soberanía económica de la Nación no hizo variar en beneficio de la causa dominicana, la postura de los gobiernos acreedores.

Morales propuso al gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica una convención que hiciera posible satisfacer a plenitud estas exigencias externas. Para ello proponía la entrega de todos los instrumentos de recaudación fiscal, pues, escribió, el saqueo de estos recursos propiciaba las revoluciones. No pocos de nuestros prohombres agarraban una carabina y encabezaban una revuelta, atentos más que al bien del país, al uso indiscriminado e irracional de los ingresos del tesoro público. Por cierto que esta propuesta fue motivo de renovados ataques en su contra.

Aún sobre tales contrariedades, la fórmula Morales Cáceres se impuso en 1904.

Pero el nuevo país era un calco del viejo país. La Nación no abandonaba sus hábitos y sus vicios. Sus guías, que anunciaban sus mejores intenciones, caían en aquello que criticaron antes. Y las discrepancias y diferencias sobrevenían entre ellos, aún cuando sus alianzas lucieran una solidez de hierro fundido. Año y medio de administración fue todo lo que tuvo la fórmula, mientras recelaban unos contra otros en ese período.

La noche de la Navidad del 1905, terminada una tertulia del Presidente Morales con varios amigos, salió con sigilo de su residencia. Se alejó rumbo al oeste, por el camino recuero del sur, en donde se unió a un grupo selecto de partidarios, para el inicio de una revolución contra su régimen. El intento fue frustratorio en lo político y lo personal, y debió renunciar a la Primera Magistratura del Estado el 12 de enero del año de 1906.

El ciclo de un destino que no acabamos de definir no se había cerrado sin embargo. Latente bajo la administración ulterior de Cáceres, la intervención de 1916 1922 o el régimen de Rafael L. Trujillo, se apostaba para repetirse. Como se ha repetido tantas veces.

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