En una disposición que postuló en su campaña electoral hacia la Presidencia Imperial, el presidente Donald Trump dispuso el día seis de este mes de diciembre el traslado de la misión diplomática de Tel Aviv hacia Jerusalén, que expresó capital del Estado de Israel.
El presidente Trump no sorprende a nadie que conozca sus promesas electorales, que viene honrando todas, inclusive esta trascendental que desconoce resoluciones de las Naciones Unidas relacionadas con el estatus de Jerusalén.
El 09-12-1949 Naciones Unidas promulgó su resolución 194 que internacionaliza a Jerusalén.
El 20-08-1980 Naciones Unidas promulgó su resolución 478 que condena la anexión de Jerusalén por el Estado de Israel.
En 1980 el Congreso de Estados Unidos promulgó una ley que identifica a Jerusalén capital indivisible del Estado de Israel, contraviniendo la resolución 194 y la 476 del 20-06-1980 que reafirma “la necesidad imperiosa de eliminar la ocupación por el Estado de Israel de los territorios ocupados desde la guerra de 1967, inclusive a Jerusalén, que el Estado de Israel proclamó “capital indivisible del Estado de Israel”.
Conforme a estos documentos históricos y trascendentes vinculados al crispado y muy sangriento diferendo de 70 años entre árabes y hebreos, hermanos de padre, lo correcto y equitativo en la providencia imperial del presidente Trump fue que conjuntamente con su mandato hubiese incluido a Jerusalén Este, o West Bank, como capital del inexorable Estado Palestino, contribuyendo a fundar la paz definitiva en el Cercano Oriente.
Contrasta el mandato imperial del presidente Trump con la actitud asumida por el presidente Barack Obama de retirar a su país de la UNESCO cuando el 31-11-2011 reconoció a la Autoridad Nacional Palestina como miembro titular del organismo cultural de las Naciones Unidas.