Este primer año de gobierno del presidente Danilo Medina ha sido evaluado de manera favorable por diferentes analistas y comunicadores, que a tono con la simpatía y la satisfacción que revelan las encuestas colocan a esta gestión en una posición que le permite continuar agregando logros que responden a aspiraciones que por largo tiempo ha demandado la población nuestra.
El impacto de estos logros ha sido valorado y, en los casos posibles, los resultados han sido matemáticamente cuantificados, estadísticamente tabulados y presentados como muestra de eficiencia, racionalidad y capacidad gerencial y administrativa. Algo meritorio sin dudas.
Sin embargo, lo más importante que ha logrado el presidente Danilo Medina en este primer año es concitar la esperanza del pueblo dominicano, una conquista que se hace necesario ponerla en la perspectiva histórica de lugar, si realmente queremos aprovechar su significativo aporte.
La sucesión de gobernantes que hemos tenido desde el inicio de nuestra vida republicana, ha seguido la composición tradicional de nuestra sociedad, alentada y sostenida por una práctica y una ideología que fue forjada a lo largo de nuestra historia por una élite intelectual, política y social que se ha cebado por largos años de las grandes mayorías.
A Danilo Medina tenemos que colocarlo en la perspectiva histórica del presidente de un pueblo que tiene aspiraciones de desarrollo y progreso, pero que lamentablemente los gobernantes anteriores lo han manejado como titiriteros que accionan dos cuerdas principales: la de una élite ensoberbecida, voraz e insaciable que se confabula con los grupos de poder emergentes y que se niega a ceder sus desmedidos e irritantes privilegios para propiciar el necesario equilibrio social que garantiza la convivencia y el orden; y la otra cuerda que activan es la de una mayoría depauperada y oprimida que se maneja con prebendas clientelistas -empleos, botellas, promesas- y para mayor comodidad los titiriteros de turno en sus presentaciones apoyan sus codos en la plataforma de una clase media, un grupo social básico que tiene a confundir su identidad clasista haciendo esfuerzos por no caer en la fosa de las masas irredentas.
No se pueden percibir los aportes del presidente como simple estilo personal, como un mero gesto coyuntural. Sería muy poco lo que podemos contribuir si vemos las cosas así. El presidente Medina está provocando el alma de la nación, la conciencia del proyecto histórico de nación que hemos soñado y que él en hora buena nos está diciendo que es posible comenzar a realizarlo.
Se hace necesario en medio de este momento de reales posibilidades de cambios que surja del debate intelectual e ideológico sobre la base de la historia nuestra. Es necesario que resurja el debate político-ideológico sobre cuál es la realidad de la nación dominicana y hacia qué dirección debemos empujarla todos. Si ese debate, sobre el cual la clase dirigente tiene poco interés, no surge, es probable que al final de los cuatro años digamos con nuestro proverbial conformismo: Tuvimos un presidente bueno. Sin el estímulo de una voluntad colectiva no puede haber pacto ni proyecto de nación.
Yo no me refiero a un debate estéril limitado a lo mediático, yo me refiero a un debate creativo, inspirador, serio y participativo que nos ponga a todos en la perspectiva histórica de la esperanza, y comencemos a ir dejando atrás el pesimismo que nos legaron pensadores como José Ramón Lopez, Américo Lugo, y que bien alimentó y capitalizó política e ideológicamente, y de forma muy particular, Joaquin Balaguer, y otros gobernantes.
Es un debate cultural ideológico que tiene que ver con toda la expresión de la dominicanidad. Nuestra música, refranes, humor, esas pícaras ironías con las que nos burlamos y nos despreciamos nosotros mismos, son los síntomas de un grave cansancio histórico, de una desesperanza que parecía irremediable.