El presidente Trump usa la economía de Estados Unidos como arma de guerra

El presidente  Trump  usa la economía de Estados Unidos  como arma de guerra

JHK01. Osan (Korea, Republic Of), 30/06/2019.- US President Donald J. Trump (C) speaks during a meeting with soldiers of the United States Forces in Korea (USFK) at the Osan Air Base in Pyeongtaek, Gyeonggi-do, South Korea, 30 June 2019. The US leader arrived in South Korean on 29 June for a two-day visit that included a meeting with South Korean President Moon Jae-in and North Korean leader Kim Jong-un in the Demilitarized Zone that separates the two Koreas. (Corea del Sur, Estados Unidos) EFE/EPA/KIM MIN-HEE

Donald Trump se siente muy cómodo utilizando la economía de Estados Unidos tanto para seducir como para amenazar.
En Londres, en una visita de Estado, tuiteó que Reino Unido puede esperar un “gran acuerdo comercial” con su país una vez que “se libere de las cadenas” de la Unión Europea (UE).
En la semana previa, tuvo tiempo para intensificar las hostilidades en sus guerras comerciales.

Su artillería fue un espectáculo secundario del evento que se ha vuelto el auténtico protagonista de la segunda mitad del mandato de Trump: su campaña para reescribir las reglas bajo las cuales Estados Unidos comercia con China.
Pero todos los aranceles, sanciones y políticas comerciales de Trump muestran la forma en que el presidente ha ampliado su definición de seguridad nacional para incluir a la economía, que se ha convertido en un arma que esgrime contra sus aliados y contra su principal rival.

Los aranceles y las sanciones no son lo mismo, por supuesto. Uno es un instrumento comercial, destinado a calibrar los intereses de productores y consumidores, e impuesto por la mayoría de los países tanto a amigos como a enemigos. El otro es abiertamente punitivo, una forma de justicia penal internacional.

Pero funcionan de manera similar para Trump, que los usa en tándem en una escala sin precedentes, porque ambos apelan al deseo global de hacer negocios en Estados Unidos, el mercado de consumo más rico del mundo.

Estados Unidos ha disfrutado de ese estatus por generaciones, un factor clave de su liderazgo. Hasta hace poco, el acceso a ese mercado colgaba ante los ojos del mundo como una apetitosa zanahoria.
Trump, en cambio, lo maneja como un auténtico garrote. Piensa que en el pasado se puso al alcance con demasiada facilidad, y Estados Unidos se ha beneficiado menos que otros, convirtiéndose, como tuiteó el primero de junio, en “el país ‘alcancía’ que los países extranjeros han estado robando y engañando durante años”.

Los aranceles hacen que el acceso a ese mercado sea más costoso, aunque la manera en que se comparte ese costo es un tema debatible.
En tanto, las sanciones a menudo significan que el acceso al mercado de Estados Unidos te está vedado. Trump está dispuesto a aplicar sanciones y aranceles incluso cuando sus objetivos no son realmente económicos.
Se han vuelto los instrumentos esenciales del “America First”, caen sobre México y Venezuela, pasan por Turquía y llegan hasta Irán, tanto en política y diplomacia como en comercio y finanzas.

Esa es una estrategia de alto riesgo, dice Jeffrey Sachs, profesor de economía en la Universidad de Columbia. “Los sistemas abiertos pueden convertirse en sistemas cerrados o divididos”, explica. “Ocurrió después del caos de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión”.
Una economía mundial abierta es vulnerable, dice, y “si Estados Unidos abandona este sistema de comercio abierto, otros también lo harán”.

En ocasiones, los movimientos económicos de Trump parecen tácticas militares, considera Ben Emons, director de macroestrategia en la firma de investigación Medley Global Advisors en Nueva York. El presidente siempre está buscando el elemento sorpresa, con ataques de madrugada vía Twitter. Intenta obligar al enemigo a comportarse en la forma en que él quiere o paralizar su liderazgo político, métodos conocidos en la teoría militar como “coerción” y “decapitación”.
En la última andanada contra México, los aranceles fueron una solución alternativa. “Él quiere cerrar la frontera”, afirma Emons. “No lo dejaron. Así que ideó una manera diferente de hacerlo”.

La estrategia de Trump, asegura Emons, se basa en la creencia de que en última instancia, la demanda de productos es tan grande que nadie puede eludir eventualmente a Estados Unidos. En el futuro inmediato eso tal vez sea cierto, añade, y los inversionistas están apostando claramente en ese sentido.
“Nuestro mercado bursátil va mejor que el resto del mundo. Los mercados sienten que el impacto económico será mayor en el caso de Europa o China que en el caso de Estados Unidos”.

Pero a largo plazo, puede que no sea cierto. Dos o más pueden jugar el mismo juego del presidente. China ha elaborado su propia lista negra de compañías estadounidenses en respuesta a la prohibición de Trump contra Huawei.
“(China) podría volverse más dependiente del comercio con otros países, no con Estados Unidos”, dice Emons, “y aumentar el dinamismo doméstico”. Además de aranceles y sanciones, el arsenal de herramientas a disposición de ambos países (y de todos los países para tal efecto) es amplio: restricciones a la inversión, controles a la exportación, boicots de consumidores, listas negras, acciones antimonopolio e incluso procesos judiciales. Beijing, que utilizó con éxito la amenaza de limitar el turismo chino que recibe Corea del Sur, ha insinuado el uso de tácticas similares contra Estados Unidos.

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