El Presidente

El Presidente

RAFAEL TORIBIO
En el transcurso de nuestra vida debemos desempeñar distintas funciones, roles en la terminología sociológica, unos porque acompañan a estados o situaciones en que nos encontramos, de manera transitoria o permanente, y otros libremente escogidos. En ambos casos, sea por adscripción o por elección, el papel o función que desempeñamos nos obliga a asumir un comportamiento determinado. Como hijo, hermano, amigo, esposo, banquero, chofer, maestro, policía, o Presidente de la República, se espera de nosotros una manera de comportarnos, que debe guardar correspondencia con el rol que en ese momento desempeñamos.

Algunos de esos “papeles” son más importantes que otros, más demandantes, o simplemente sucede que es el que más nos interesa. Por las razones que sea, de hecho, uno de esos papeles se hace preponderante. Y sucede entonces que los demás dejan de reconocernos y valorarnos por otras funciones que desempeñamos, para solo hacerlo por una de ellas. Así, las distintas facetas que simultáneamente una persona tiene, desaparecen en la consideración de los demás y solo queda una, la preponderante, por la cual, en lo adelante, es que esa persona será conocida. De esta manera, esa persona termina siendo identificada por ese rol, papel o función. Puede suceder entonces que, en lo adelante, el hijo, el esposo, el amigo, el hermano será, primero, el Presidente de la República, porque ese se ha convertido en el rol preponderante, llegando a ser prácticamente el único.

Para cualquier persona, en cualquier país, el rol o función de Presidente de la República tiene la vocación de convertirse en el preponderante entre todos los que deba desempeñar una persona. Además, en un sistema tan presidencialista como el nuestro, y con el legado histórico que Balaguer le confirió a la figura del Presidente, en nuestro país es muy difícil que quien desempeñe ese cargo no termine siendo, para siempre y para todos, solo Presidente de la República, no importa sus otros roles.

 Esto es así especialmente durante el tiempo que permanezca en el cargo, pero puede que se extienda a toda su vida.

Este proceso de identificación de una persona con una  de las funciones que desempeña, hace que el Presidente de la República no pueda dejar de serlo en ningún momento. No sólo se espera que lo sea mientras desempeña funciones oficiales propias del cargo; tiene que seguir siéndolo hasta cuando lo que realiza son actividades que debieran corresponder a su vida privada. Parece que se entiende, y así es aceptado a veces hasta por la propia persona que desempeña el cargo, que la vida privada de un Presidente de la República es necesariamente pública.  Un Presidente de la República tiene que hacer lo que debe ser hecho y comportarse de la manera que se espera que lo haga, aunque personalmente quisiera hacer otra cosa y comportarse de otra manera. En la lucha por la Presidencia de la República y en el ejercicio del cargo, ¿cuánto de las cualidades y sentimientos originales de la persona son sustituidos por  posturas y comportamientos exigidos por la condición de Presidente?

Ciertamente que el protocolo que rodea el cargo, como las necesidades de seguridad, sobre todo en estos tiempos, imponen serias limitaciones, pero también influyen la propia personalidad de quién lo desempeña. Por otro lado, parece que la majestad del cargo exige cierto grado de despersonalización. Por eso quien se aparta del comportamiento tradicional y esperado, rescatando la dimensión humana, es catalogado de “atípico”, o que no está a la altura del cargo.

Para que la condición humana no desaparezca en el desempeño de este importantísimo cargo, me gustaría que el Presidente pudiera reunirse, de manera regular, con un grupo de amigos que no tengan que ser funcionarios del gobierno o miembros del partido; que pueda participar en una tertulia donde se hable de cualquier cosa, menos de asuntos políticos o de Estado; que pueda escuchar, con la frecuencia adecuada, la música que le trae añoranzas y recuerdos, o de simple disfrute espiritual, y estar a solas consigo mismo reflexionando sobre lo que le interesa y no sobre lo que las circunstancias le imponen. También, que sus compromisos y las medidas de seguridad le permitan, por ejemplo, ir a cenar con su esposa en un restaurante, o en compañía de sus hijos. Es decir, que junto a las actividades impuestas por el cargo pueda hacer las cosas que suele hacer un ciudadano normal.

Quisiera, finalmente, una Presidencia que sin disminuir en su majestad, sea más humana, porque quien la desempeña siga siendo una persona y no se transforme en El Presidente.

rtoribio@intec.etu.do

Publicaciones Relacionadas

Más leídas