Como la punta de un iceberg que permite suponer la enormidad de su parte sumergida y no visible, escandaliza por todas sus implicaciones el que un privado de libertad (pero no de andar armado) pudiera «secuestrar» al comandante y sus adjuntos de la prisión del Km 15 de Azua tras penetrar a un despacho con informalidad y demasiado confianza en sus relaciones con custodios. Desde antes de este hecho que culminó acribillando al «secuestrador» que suplicaba hablar con la prensa sobre interioridades del recinto, la mayoría de las descripciones oficiales y extraoficiales sobre lo que sucede tras muchas rejas del sistema, remite a tolerancia a comercios de diversidad e ilegalidades porque el Estado, que falla como proveedor y preservador del orden, ha dejado crecer allí islas para lucros oscuros en las que hay que pagar hasta para disponer de algún rincón para dormir y todavía a esta hora de esas sordideces emergen telemensajes hacia la delincuencia de fuera aunque en este momento está en agenda de autoridades, muy dispuestas esta vez, bloquear conexiones criminales con acceso a la telefonía nacional y satelital que ha existido impunemente por decenios.
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Islas intocables, aparentemente, que perviven contra viento y marea con ocasionales admisiones de los propios entes de poder de que existen millonarios movimientos de caja y ausencia total de correctivos conductuales. Alerta roja que se lleva el viento.