LEO BEATO
– Caballero…¡qué fandango!
Cuando Paco entró al Seminario Santo Tomás de Aquino pensó que se iba a convertir de repente en otro canónigo de renombre como su tío el padre Castellanos. A los doce años todo es azul y el futuro se vislumbra como una solterona soñando con su príncipe azul.
Por eso cuando el claustro completo de seminaristas desfiló solemne en medio de un silencio solemne de saca-teclas, Paco pronunció su primer sermón.
– ¡Caballero…¡qué fandango! – el estallido resonó como en el campanario de una catedral gótica. Artagnán había goteado por las escaleras como un coco seco, a escasos pasos del Rector. Éste, un reputado orador sagrado de gran estirpe, había dicho que el objetivo principal de todo sermón es el de impactar. Y lo que pasó fue como un relámpago en la sábana. El rector y los seminaristas no tuvieron más remedio que soltar una gran carcajada ¡cuá-cuá-cuá-cuá! Aquello fue de película.
– Anoche predicaste como un cura cubano – le indagamos al día siguiente – eso de caballero y de fandango sólo se dice en La Habana.
– Por eso me voy de este jodío seminario – nos disparó Paco – esto no hay quién lo aguante. Cambio mi roquete (sobrepelliz) y mi traje de baño por cinco pesos. Cinco pesos de aquel tiempo equivalen a 500 de hoy. No fue fácil reunirlos, pero alguien los recolectó quedándose con el traje de baño. Paco oteó el horizonte como un indio iroqués y se escudriñó sin que nadie lo viera. Bajó la cuesta de Matahambre, donde siempre habían muchos mangos, y se trepó en una guagua que lo llevó a la ciudad.
– ¿Que has hecho, hijo mío? – le increpó su madre cuando llegó a La Vega Real.
– ¿Perdiste la vocación tan rápido?
– No, mamá, es que para ser cura hay que gotear por esas escaleras del Diablo y yo no tengo vocación para coco seco.
Su nombre completo es el de Francisco Álvarez Castellanos. Siguió predicando.