El principio sospecha en políticas económicas

El principio sospecha en políticas económicas

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
Para todo lector, en realidad para cuantos queremos comunicarnos con los demás, el principio sospecha impone sutilmente cierta desconfianza hacia las intenciones verdaderas de  la otra persona, el escritor o el interlocutor. Dichosos nosotros cuando no lo experimentamos ni siquiera a nivel subliminar consciente, porque incluso cuando nos desdoblamos y oímos lo que formulamos nos asalta la interrogante sobre nuestra propia sinceridad.

Si existe o no y en qué medida la posibilidad de superar la sospecha para alcanzar sinceridad dejémoslo a los psicoanalistas freudianos.

 Conviene, sin embargo, domesticar esas sospechas enfrentándolas con algunos “principios discriminadores”. Principios que resulten  confiables, a pesar de las insidias de sospecha casi siempre amenazantes, porque son formulados por personas que sí creen en algo y que  no son  apóstoles incondicionados del nihilismo social, moral, político o religioso.

Entre ellas contamos varios grandes economistas: Marx, iconoclasta por excelencia, Pareto, Hayeck y Sen. Dada la  creciente increencia actual en la sinceridad de los políticos tomemos como guía a Pareto quien, desengañado de la economía,  cambió de especialidad haciéndose sociólogo y hasta  asesor político de Benito Mussolini.

Pareto creía en algo obviamente pero  no en recetas mesiánicas de   economistas. Lástima grande que no aplicase con  rigor su principio sospecha a Mussolini. Probablemente lo obnubiló el halo popular por extracción y educación de su ídolo induciéndole un en personas educadas nada raro simplejo de inferioridad existencial. Pero si en política no practicó a cabalidad el principio sospecha sí lo hizo en economía  cuando escribía  a principios del siglo XX.

Para empezar recordamos que para él la sociedad estaba dividida en dos grandes grupos sociales: los dominantes y los dominados. A los dominantes, distinguibles por cualidades que favorecen la propia prosperidad y su dominio sobre el resto de la sociedad los llamó “élites”, aristócratas (“los mejores”) sociales que podían ser millonarios, o santos, o bandidos, o sabios  pero que prosperaban económicamente y cautivaban a los más. De sobra sabía Pareto que había otras muchas clasificaciones sociales importantes, capitalistas y proletarios por ejemplo,  pero usó la navaja de Okham, que exige reducir al mínimo las variables importantes para el estudio de un tema con tal de aproximarse a una solución siempre  imperfecta pero ligeramente práctica.

A continuación se preguntó cómo las acciones de los dominantes afectan a los dominados y cómo las de estos tocan a los dominantes en orden a lograr un máximo de utilidad para la sociedad, para una de sus partes, para una clase social o para cada individuo. Arranca nuestro guía postulando  que el canal de transmisión de los efectos sociales de toda acción política es su potencial de mover pasiones nunca su coherencia lógica. Consiguientemente  hasta las respuestas a la pregunta sobre los efectos aproximados  de las acciones de los actores sociales son no sólo imprecisas sino todavía insolubles. Sencillamente los sentimientos y la complejidad de la sociedad dificultan toda respuesta taxativa. Pero precisamente por eso es necesario someter las modalidades e intenciones de las afirmaciones de dominantes y dominados a una criba exigente que ayude a disipar el tentador encanto de aceptarlas como sinceras.

Las dificultades para trascender la sospecha y llegar a ciertos principios sinceros sobre los efectos de las acciones de los políticos son grandes. Las hay objetivas y las hay subjetivas,

Dificultades objetivas para superar la sospecha

1.El comienzo de toda ciencia empírica es la constatación de que un determinado fenómeno, perceptible por los sentidos, se repite en el tiempo.  Los fenómenos sociales significativos, aquellos que vale la pena estudiar, tienen lugar no en un tiempo breve; su gestación es larga, muy larga, y son tantos los factores y los actores que resulta imposible esperar su repetición. Hay elementos comunes, por ejemplo en las revoluciones, pero son poco interesantes los que se aprecian fácilmente -pérdida de poder de un grupo social y emergencia dominadora de otro grupo acompañadas de luchas más o menos sangrientas- y  de génesis muy difíciles de constatar.

Si uno usa para interpretarlas hipótesis causales se le puede objetar que lo primero que hay que probar es la hipótesis misma. Además rara vez son estudiadas y vividas más de dos revoluciones, lo que limita la validez de cualquier generalización.

2.Los grandes fenómenos sociales no son sólo  resultados de eventos lógicamente concatenados   sino sobre todo de movimientos sociales llenos de emoción y sentimientos que no aceptan cuestionamientos intelectuales. Las grandes convulsiones históricas, guerras de independencia, guerras religiosas, levantamientos sociales, jamás se han caracterizado por su lógica ni por su pragmatismo. Su justificación descansa en “sentimientos”, o sea en creencias profundas  indemostrables aunque no falsificables pero vividas como sentido último de la vida por sus activistas que rechazan toda sombra de objeción lógica o utilitaria. Duarte, como todos los grandes padres de la Patria y todos los dirigentes carismáticos en todo tiempo y lugar exigen independencia pura y simple sea cual sea el resultado.

Creencias y sentimientos, además, no son medibles con precisión; las estadísticas registran hechos reveladores de ellos pero de muy difícil interpretación dada la inevitable simpatía o antipatía de quienes las estudian.

3.Tenemos que aceptar que no es fácil conocer los sentimientos de otras personas, ni  siquiera los de uno mismo; la naturaleza del material estudiado es siempre un tanto insegura. Eliminarlos del análisis sería muy problemático. Parece imposible, por una parte, poder prescindir  en el estudio de los grandes  fenómenos sociales de la importancia de sentimientos, pasiones y creencias mientras que, por otra parte, no existen pruebas empíricas, por ejemplo, repetición de experimentos u observaciones nuevas que reproduzcan los hechos en laboratorio real o virtual.

4.Los fenómenos sociales por su carácter no totalmente lógico y su complejidad se hacen más difíciles de análisis por la  urgencia de los seres humanos de atribuir a sus acciones motivos lógicos cuando pueden ser meras legitimaciones de preferencias. Un ejemplo muy usado  de ideologización se da en la justificación de nuevos impuestos por principios éticos tal como su necesidad para fomentar el bien común cuando, frecuentemente, están relacionados como causa y efecto con ventajas para el partido en el poder. La dificultad para la comprensión de los fenómenos sociales de esta tendencia humana a justificaciones lógicas que favorecen al propio grupo social no significa que las ideologías sean simples mentiras. Tampoco  los motivos personales implican necesariamente falsedad. Por lo menos hay que suponer que existen hechos en los que se apoya la ideologización que no son necesariamente erróneos.

Las dificultades subjetivas

1.Pareto odiaba cuanto sonaba a proclamación de búsqueda científica de la verdad, no porque no creyese en la verdad sino porque desconfiaba de la sinceridad humana: “los escritores casi nunca buscan la verdad; buscan más bien defender lo que ellos creen de antemano ser verdad y lo que es para ellos un artículo de fe”. Inclusive esta conducta no nace solamente de ser sujetos de sus pasiones; con frecuencia lo hacen deliberadamente y censuran violentamente a quienes se niegan a proceder de este modo. La historia de todas las inquisiciones desde la española hasta la leninista es un recordatorio de este peligro.

2.La raíz de esta conducta hay que colocarla en presupuestos e ideas a priori de toda experiencia que dependen de la religión, de la moral, del patriotismo, etc. Ejemplos típicos son  los “jacobinos” que achacan todos los males de la sociedad a los sacerdotes y los socialistas que repiten lo mismo del “capitalismo” mientras que Reagan, Bush y Cía. atribuyen a las superiores cualidades del pueblo norteamericano las ventajas de sus políticas.

También en la economía (la política económica más bien) procedemos de manera semejante. El moralista económico desprecia olímpicamente la economía sin conocerla. Hay quien de gracioso se atreve a hacer gala de ello. Otros esconden su ignorancia económica desplegando  conocimientos históricos como los pavos reales su cola. Tampoco faltan economistas puros que creen que indefectiblemente los mercados dejados a sí solos resuelven óptima o eficientemente la pobreza. Los econometristas, en palabras desenfadadas de Coase se dedican a construir  complejos y estériles modelos como si el virtuosismo matemático fuese garante de utilidad social. Todos tenemos nuestros preconceptos ideológicos y emocionales y nos negamos a carearlos con la realidad.  Como decía Hegel al ingenuo estudiante que le manifestaba admiración por su elegante dialéctica histórica pero que no veía su correspondía con la realidad: “peor para la realidad”.

3.De alguna manera existe antagonismo entre el método científico que genera conocimiento y  el método pragmático que lleva a la acción.

 El método científico consiste esencialmente en presentar hechos bien definidos y entrelazarlos de tal modo que podamos extraer consecuencias lógicas. Para eso hay que someterlos a una crítica severa que busca sobre todo no probar la relación comúnmente aceptada entre los hechos (la hipótesis nula) sino negarla por otra sabiendo que hay muchas “ otras”. Este proceso exige tiempo y tiende a generar escepticismo.

La vida, sin embargo exige acción. A falta de tiempo para analizar el ser humano cuenta con ciertas normas o costumbres y con un combustible “sentimental” o pasional. El método pragmático busca esas normas y trata de generar la fuerza motriz que conduzca a la acción. En el fondo la renuncia al método científico no se explica solamente por falta de tiempo o de habilidad para hallar respuestas cada vez más exactas y precisas sino porque se sospecha que ese método es simplemente una forma particular de fe sectaria de quienes dilatan decisiones vitales.

Si Pascal pudo decir con cierta verdad que el corazón tiene razones que no son de la razón, confesemos lo mismo de la acción política.

Un ejemplo: la doctrina del libre comercio

Sorel dijo del Estado moderno que era un cuerpo de intelectuales dotado de privilegios que posee los medios políticos para defenderse de los ataques de otros grupos de intelectuales ávidos de disfrutar los beneficios de los cargos públicos. La política económica tiende a privilegiar los intereses dominantes en el gobierno. La oposición se alinea para el combate en nombre de la “justicia”, del “progreso”, de la “modernidad” o de la “moralidad” pero solamente las masas creen en la nueva religión.  La fe ciega del pueblo y el escepticismo de las elites es una de las causas más importantes del triunfo de la oposición. De ahí la conveniencia de practicar el principio sospecha.

Si el ser humano real fuese sólo un “homo oeconomicus” esta hipocresía sería menor porque no habría objeción a que cada quien confesase francamente que busca su ventaja propia. Pero el hombre económico también es “ético” y su interés personal busca ocultarse bajo el disfraz del bien común. No parece cierto creer que está en juego sólo el interés de la clase dominante; también otras causas entran en juego que sin ser lógico-utilitarias están revestidas de moralidad.

Tomemos el caso del libre comercio. Bajo ciertas condiciones (todo capital natural, técnico, humano y social  es combinable de tal modo que se puede pasar de una tecnología productiva a otra, todos los bienes y servicios son exportables e importables, el tipo de cambio de una moneda en otra refleja la misma razón de cambio de cada bien por los demás y existe un solo factor objetivo que determina el valor de cambio de cada bien, para enumerar las principales) el libre comercio provoca un aumento de la producción de bienes en todo el mundo: la cantidad de bienes producidos es mayor. Esa sería la razón lógica buscada o pretendida por el libre comercio internacional.

Desgraciadamente los supuestos no son reales:  siempre habrá capital que no puede emplearse en la producción de bienes diferentes de aquellos para los que fue diseñado y siempre faltará capital para producir nuevos bienes, y en ese cambio de producción a otros bienes siempre habrá beneficiados y perjudicados, tanto individuales como grupales y nacionales, según sea la capacidad del capital que controlan. Siempre habrá cierta destrucción de la riqueza existente ante de la implantación del libre comercio. ¿ Quién puede asegurar, por ejemplo que el capital humano, las personas con sus habilidades y formación específica, pueden pasar de producir un bien a otro, de cortar caña, por ejemplo, a coser gorras en una zona franca, sin experimentar una pérdida radical de sus habilidades y preferencias? Más aún ¿podrán encontrar trabajo?

Es muy posible que el número de personas beneficiados con la introducción del libre comercio sean muy pocas o que el efecto  favorable causado por la caída de precios sea relativamente pequeño mientras que el número de los perjudicados sea  grande y enorme el valor de sus pérdidas (incapacidad de emplear sus habilidades con satisfacción personal).

Es frecuente, como estamos viviendo en estos meses de preparación para el CAFTA-DR, que el libre comercio exija cambios fiscales de importancia que afecten no solamente intereses de los políticos sino también la capacidad del Estado para satisfacer necesidades colectivas de educación o salud o la reducción por los impuestos del ingreso disponible. 

Por ahí marchan algunas de las razones objetivas de interés material que pueden mover a algunos grupos, industriales o agricultores, productores o importadores, a oponerse al libre comercio. Pero hasta aquí el principio sospecha aplicado al libre comercio puede analizarse con relativa facilidad porque seguimos centrados en problemas de intereses “materiales”.

La situación se agrava, sin embargo, cuando tanto los beneficiados como los perjudicados, nacionales o extranjeros, concientes de que el problema del interés material es teórico o más bien incapaz de despertar pasiones que muevan a la acción esgrimen argumentos morales (justicia, miseria), patrioteros (interés nacional), políticos (capitalismo internacional) o sociales (socialismo), generalmente una mezcla de todos, para la defensa de sus intereses. Lo que no significa, recordemos, que no dispongan de hechos que les sirvan de apoyo lógico. El principio sospecha ya no debe aplicarse sólo a la realidad económica, la mezcla de motivos es un hecho, sino a ponderar lo que nos parece bueno y aceptable. Entramos en el campo minado de las pasiones y de las creencias, el último que el economista desearía pisar en cuanto economista.

Conclusion

Gústenos o no tenemos que practicar el principio sospecha: dudar de lo que se nos dice, buscar si lo no-lógico es sólo pura ideología cosmética de intereses de unos contra otros o implica consecuencias sociales y humanas importantes y  saber que como economistas nos será prácticamente imposible ir más allá. Nos basta, sería mucho, señalar las peores y las mejores perspectivas económicas posibles. Esa es su limitada contribución a dilucidar algo real mediante el uso del principio sospecha. En lo que verdaderamente importa -justicia, humanismo, decencia, etc.- el economista está en la misma posición que quien no lo es.

La realidad integral resultó demasiado grande para permitir que el “especialista” pontifique. Para consuelo: lo mismo pasa a los pontífices en cualquier campo. El problema no es ya de especialistas sino del ser humano.

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