El privilegio de no nacer mujer

El privilegio de no nacer mujer

Es extraño. Inquietante, incluso. Que un embrión sea tan protegido en su potencial, tan defendido en su forma aún sin forma, y que esa defensa se disuelva, como el humo, si ese embrión se desarrolla y un día respira como mujer.

Como si el milagro de haber nacido en femenino viniera con una advertencia escrita en tinta invisible: bienvenida, pero ¡prepárate!

En los discursos que enarbolan la protección de la vida desde la concepción, habitan contradicciones. ¿Qué vida es la que se quiere preservar? ¿Aquella que, al crecer, puede votar, decidir, caminar sin miedo y sin permiso por las calles del mundo? ¿O solo la vida idealizada, abstracta, sin rostro, sin historia?

Porque pareciera que ese fervor por la vida se acaba cuando esta toma cuerpo de mujer y comienza a pensar por sí misma.

 Un embrión es blindado con fuerza jurídica, con sermones, con leyes talladas en piedra. Pero si ese embrión resulta ser una niña, el mundo que la espera no siempre la quiere libre. A su voz se le pondrán condiciones. A su ropa, advertencias. A su cuerpo, normas. Se le dirá cómo caminar, qué no provocar, a quién no contrariar.

Su existencia ya no será tan sagrada. Su cuerpo se convertirá en terreno de disputa, y su palabra en sospecha.

Entonces me asaltan las preguntas: ¿En qué punto se pierde esa dignidad que parecía incuestionable antes de nacer?, ¿En qué instante la vida defendida con tanta pasión se convierte en una vida sujeta a condiciones?

¿Será cuando esa vida se convierte en la niña que no puede estudiar porque debe cuidar?

¿O cuando se convierte en adolescente y nadie la protege de una maternidad forzada?

¿O cuando ya es adulta y su palabra es ignorada, su cuerpo violentado, su presencia borrada sin remordimientos?

¿O cuando es todas aquellas a quienes se les niega la posibilidad de ser autoras de su destino?

Se protege con fiereza el inicio de la vida, pero se descuida su trayecto cuando exige justicia, autonomía y derechos. Se alzan murallas para impedir que una niña/adolescente/mujer interrumpa un embarazo, pero se encogen de hombros ante sus muertes evitables, sus partos con violencia, sus denuncias engavetadas.

¿No sería más humano —más ético, más coherente— defender la vida también cuando esa vida incomoda, cuando cuestiona, cuando se niega a obedecer el molde?

¿No es más revolucionario garantizar que esa niña pueda crecer sin miedo, con salud, con educación, con respeto?

Proteger la vida no puede ser un acto parcial ni caprichoso. No puede limitarse al instante en que dos células juegan en la penumbra de un útero.

Debe incluir también a esa vida cuando sueña, cuando disiente, cuando ama y cuando elige, cuando alza la voz para decir basta.

Es extraño, sí. Extraño y triste que se pierda el derecho a ser cuidada solo por haber nacido mujer.

Tal vez ha llegado el tiempo de cambiar la pregunta. Ya no: ¿cuándo empieza la vida?

Sino: ¿en qué momento empezamos a respetarla realmente?

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