El privilegio de tener buenos tíos postizos

El privilegio de tener buenos tíos postizos

A un amigo del este del país le he escuchado varias veces criticar lo que él estima es una mala costumbre de los capitaleños, que es decirles “tío” a amigos o compadres de los padres aunque no exista ningún parentesco ni vínculo sanguíneo. Lo que a ese amigo le extraña tanto a mí me permitió disfrutar de más tíos que el caray, aparte de más de una docena de tíos de verdad.

Quizás la generación de nuestros padres cultivaba la amistad con un sentido distinto al de hoy. Cuando recuerdo a muchos de los mejores amigos de mi papá, por ejemplo, sé que se trataba de una amistad con viejas raíces, algunas hasta “heredadas” de abuelos y bisabuelos. Pero no todos eran “tíos” sino unos pocos.

Entre los “tíos” postizos que más recuerdo estaban Conrado Marión-Landais, Fernando Manuel Castillo, José y Jaime Guzmán Vidal, Germán E. Ornes, José Antonio Fernández Caminero y otros. Cada uno evoca recuerdos afectuosos, imposibles de dejar en el olvido.

Esta rememoración me ha venido a la cabeza porque uno de los “tíos” más queridos en mi niñez, de los últimos que quedaban, falleció hace semanas y vine a enterarme tarde. José Manuel Peguero, una inmensidad de cariño, se fue y la pena se agranda por mi falta de no haberlo despedido ni abrazado a su viuda e hijos.

A veces uno pierde de vista que los padres le dejan a uno no sólo una educación y valores y principios, y a algunos más afortunados algún patrimonio material, sino que cuando quedamos huérfanos su presencia queda a través de sus amigos. Cuando casi todos se van, aunque haya pasado mucho tiempo sin verlos, es como una segunda orfandad.

Hace pocos años, meses antes de que se fuera, traje a casa a tío Jaime, y pasamos un momento encantador. Siempre tuve pendiente ir a darle una vuelta a tío José Manuel y ahora que ya no se puede me ha dado con desahogarme quizás para quitarme de encima el peso de la tristeza.

Ahora estoy repasando cuáles empeños parecidos he incumplido para subsanar el descuido. Por más que mi amigo seibano no entienda, a los amigos o compadres de los padres que son ascendidos al rango de “tío” casi siempre se les quiere tanto como a los de verdad, sobre todo si los papás supieron, como en mi caso, escogerlos bien.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas