El Partido Revolucionario Moderno (PRM) tiene ante sí una compleja coyuntura nacional e internacional, la cual debe enfrentar con los incuestionables hándicaps derivados de la manera en que surgió su relativamente rápido y complicado ascenso al poder; a los que se les agregan serios extravíos de nuestro sistema político y de partidos en particular, nuestra sociedad en general y el contexto de crisis de los partidos del mundo occidental. Esa circunstancia, la demanda de empleos de una franja de su militancia y la oposición de un sector a la decisión de celebrar la próxima convención con representación de delegados y no universal constituyen serios problemas para su Gobierno.
Recordemos que el PRM nace de una escisión de un partido estigmatizado como caótico e ineficiente, el antiguo PRD. Poco después se sumergió en un proceso electoral en condiciones muy desfavorables. Consciente e inconscientemente, algunos dirigentes y nuevos llegados del PRM se han planteado la construcción de la identidad de este partido en oposición/negación del PRD. A falta de ideas explícitamente claras sobre el partido que desean, esa identidad no se ha logrado. Pero es evidente la voluntad de construir una colectividad completamente alejada de aquella impronta esencialmente popular, de inclusión social y de “primero la gente” de los tiempos de Peña Gómez, algo que se manifiesta en algunas de las opciones políticas de este Gobierno.
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El PRM, al igual que los otros partidos del sistema, y de la generalidad de esas organizaciones en Occidente, ha devenido una maquinaria que se organiza para participar en eventos electorales con el estrecho objetivo de establecer un proyecto de poder, no de sociedad. En ese sentido, como casi todos, ha caído en la trampa de “organizarse” a través de un padrón de electores que, en su generalidad, exigen derechos, sin asumir deber alguno. Manejar esa masa, esencialmente inorgánica, dificulta el manejo institucional y democrático de ese colectivo.
Como dice Robert Michel: “al crecer la organización disminuye la democracia”, es el precio que pagan las instituciones, sobre todo los partidos, cuando crecen exponencialmente”.
En su momento, Bosch quiso un partido relativamente pequeño con una identidad distinta y opuesta al PRD de cuyas entrañas nació el PLD. Terminó construyendo una organización básicamente de capas medias, a la que sus discípulos convirtieron en pivote/madriguera de los sectores más conservadores del país. Es el espejo que tiene ante sí el PRM. Este se considera, y lo presentan, como social demócrata, pero la sistematización del rechazo a su significativa franja/memoria popular, que fue clave en la construcción de la mayoría que lo llevó al poder, dice lo contrario.