El problema carcelario

El problema carcelario

VÍCTOR GULÍAS
Uno de los males del país -y probablemente de numerosos países del mundo lo es sin dudas el carcelario. Aquí, sólo nos acordamos de dicho problema cuando ocurren lamentables tragedias, con saldos fatales que se traducen en pérdidas de vidas humanas y daños materiales. Por el hecho de estar reducido a prisión, no se deja de ser persona humana, aunque las injustas estructuras del sistema penitenciario dominicano convierta, de hecho, nuestras cárceles en almacenes inmundos de hombres y mujeres que han delinquido unos o están acusados de hacerlo, otros.

La problemática de las cárceles del país, como en otras naciones de la América Latina, es harto conocida y sobre-estudiada, pues se ve a diario, se vive cada día y en universidades y centros de estudios se han realizado cientos de investigaciones, muchas de ellas profundas, en torno a la cruda realidad que se sufre detrás de las rejas.

Muchos opinan que falta voluntad política, para encarar el problema y aplicar las leyes sobre la materia, que dicho sea de paso, en el caso dominicano: contamos con una legislación abarcadora, avanzada y teóricamente idónea, pero en las práctica es letra muerta. Quizás porque los presos no votan, quizás porque son pobres casi todos los confinados.

Estos artículos se escriben de cuando en vez, al fragor de la conmoción que nos sacude con la tragedia, la más reciente, ocurrida en la cárcel pública de Higüey. Pero, penosamente, estos días se habla mucho de reforma carcelaria, de construir cárceles modelos, de ampliar las existentes, y luego, retorna el olvido, se impone el silencio.

El problema carcelario se soluciona, entonces, con voluntad política, con recursos, abundantes recursos, para construir nuevas prisiones, ampliar las existentes, descongestionar cada una de las que funcionan en cada provincia del país y establecer programas que permitan regenerar, rehabilitar al reo.

Pero no podemos olvidar el tema inmediatamente de disipe la oleada informativa que cada tragedia genera, esperando el próximo incidente, motín, incendio, intento de fuga o cualquier otra motivación que traiga luto, muerte y dolor a familias dominicanas que tienen miembros en la cárcel.

Los centros penitenciarios deben ser lugares donde, mientras se paga con la pena impuesta por la justicia la ofensa conferida a la sociedad, el individuo trabaje, estudie, se prepare, practique deportes, siembre huertos, produzca, en fin, saque de su mente y corazón los gérmenes de la violencia y que todo ello le permita volver a reinsertarse al cumplir su condena, en el seno familiar y el entorno social.

Hace falta recursos, se necesita voluntad política del Estado para buscar los fondos necesarios para esos fines; también ayuda la formación de Voluntariados, donde personas sensibles y pudientes den su mano solidaria a los reos, pues, todos, pecadores al fin, somos hijos de la circunstancias e hijos del mismo Dios, aunque, lamentablemente, algunos escogen el mal camino del delito. Reformemos nuestras cárceles, prepararemos sus custodios, apoyemos la humanización de los penales y obtendremos resultados positivos.

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