El profesor Bosch y yo

El profesor Bosch y yo

R. A. FONT-BERNARD
Establecí con el profesor Juan Bosch una cálida y enriquecedora amistad en el otoño del 1961, tras su retorno al país, luego de su autoexilio de más de veinticinco años. Lo visitaba todas las mañanas, en compañía del poeta y periodista Miguel A. Peguero hijo, en la modesta casita de madera donde residían sus progenitores, en la calle “El Polvorín”, del barrio de San Lázaro, en esta ciudad.

Le recordaba vagamente, como visita dominical al hogar de mis padres, cuando dirigía la página literaria del periódico “Listín Diario”; y a propósito de recordar a mi padre, ya fallecido, se refirió a él como a “uno de los hidalgos capitalinos, de la primera mitad del siglo XX”. Los demás fueron para él, los poetas Fabio Fiallo y Enrique Henríquez, quienes le estimularon a proseguir en el cultivo de la narrativa, luego de la novedad que supuso para la literatura nacional de entonces la publicación de su novela “La Mañosa”. Le interesaba en esos días obtener información relativa a los años finales de la dictadura de Trujillo. ¿Era cierto que el dictador había asesinado personalmente a Marrero Aristy? ¿Padecía el dictador de un cáncer prostático, como se comentaba en el exterior?

Yo le relataba mis experiencias personales como empleado de la Secretaría de Estado de la Presidencia y lo favorable que había sido para mí el aprendizaje, de haber trabajado bajo la dirección de los licenciados Virgilio Díaz Ordóñez, Jesús María Troncoso Sánchez, Víctor Garrido, Rafael F. Bonnelly y el doctor Joaquín Balaguer.

A su solicitud, le relacioné con varios de los jóvenes intelectuales de su generación, cuyos destinos deseaba conocer. Y en la mañana de un día domingo le visitaron, introducidos por mí, José Rijo, Héctor Inchaustegui, Néstor Caro y Pedro Contín Aybar.

En la ocasión tuve la oportunidad de leer un informe desconocido por él, relativo a su reunión con Emilio Rodríguez Demorizi, Ramón Marrero y el propio Inchausteguí, en la ciudad de La Habana, en el año 1944, según recordaba. En los días siguientes, le regalé varios ejemplares encuadernados de las revistas cubanas “Bohemia” y “Carteles”, en las que había publicado la mayoría de los cuentos, posteriormente reproducidos en su libro “Cuentos escritos en el Exilio”. En esas revistas, cuya circulación estaba prohibida en el país, se localizó una, en la que figuraban varias anotaciones manuscritas del entonces embajador de nuestro país en Cuba, licenciado Félix W. Bernardino, a quien se le atribuía el asesinato del líder sindical Mauricio Báez, en el año 1948.

Tras la expatriación del doctor Joaquín Balaguer, en marzo del 1962, rencorosamente prohijada por el canciller del Consejo de Estado, licenciado Bonilla Atiles, viajé a la ciudad de Nueva York, para reunirme allí con un amigo, entonces bajo la vigilancia de la policía de esa ciudad. Fue a residir allí, procedente de Nueva Orleáns, por haber sido declarada persona no grata en Puerto Rico, por el  gobernador Muñoz Marín. Su cercanía a nuestro país, según se alegó, era una amenaza para la recién restaurada democracia. En Nueva York, residí precariamente, recomendado por el doctor Joaquín Balaguer al ex director del periódico “El Caribe”, Stanley Ross, entonces director del vespertino “La Prensa de Nueva York”.

Me reencontré con el profesor Bosch, en enero del 1963, en la ciudad de Nueva York, ya elegido presidente de la República, y estuve presente en la reunión celebrada por él con el doctor Balaguer, en el hotel “Wellington”, donde residía el exiliado ex presidente. Tuve el privilegio de reseñar su presentación en el Hotel Paramount, en donde improvisó un discurso, cuyo recuerdo aún me emociona, en su párrafo final: “Los dominicanos no debemos seguir viviendo como la hiena, dando vueltas en torno a la jaula y odiando”.

A su regreso al país, luego de su visita a Europa, me invitó para que juntamente con Peguero hijo, nos ocupásemos de un proyecto, tendente a favorecer las aspiraciones de los jóvenes intelectuales, cuyas obras calificasen para ser publicadas por el Gobierno.

Ese proyecto era extensivo, con el envío a Europa de cincuenta jóvenes egresados de la Universidad de Santo Domingo. Frecuentemente nos visitaba en la oficina que se nos había reservado en el segundo piso del Palacio Nacional; allí, en varias ocasiones, solía corregir la portada del periódico “La Nación”, entonces dirigido por el periodista Pedro Alvaro Bobadilla. Nos visitó la última vez el 23 de septiembre, con la recomendación de que regresásemos la próxima semana. En retrospectiva, me inclino a creer que estaba entenrado del agravio a la democracia, que se estaba gestando.

Mientras el profesor Bosch permaneció en España, tras su derrocamiento, me enteraba de sus actividades en las conversaciones que sostenía con el señor Domingo Mariotti, entonces su más cercano colaborador. Luego, nueva vez en el país, en los años setenta del pasado siglo, con la sola presencia de Mariotti, se solucionaron mediante su colaboración varias situaciones políticas, identificables como él lo decía, entre “las que no se ven”.

En mi modesta biblioteca atesoro todas sus obras, generosamente autografiadas, con el calificativo de “querido amigo”. Intentó gobernar el país educando, como quedó demostrado en sus numerosas charlas televisadas, mientras ejerció la Presidencia de la República. El, notabilísimo biógrafo del señor Hostos, ignoró la sentencia de éste, conforme a la cual “Santo Domingo no está para reformas pensadas, sino para reformas impuestas”. Fue un frustrado evangelizador político.

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