Unos de los obstáculos para el surgimiento y afianzamiento del patriotismo, son las polémicas sobre los protagonistas tanto de las luchas como de los trabajos intelectuales y de gabinete que dieron lugar al surgimiento del Estado. Las presentes generaciones son contaminadas con posiciones ideológicas y las luchas de intereses de grupos por el control político y económico de la nación, quienes con conceptos, adjetivos y motes tipifican y estereotipan personajes y hechos, y cargan de nociva emotividad los acontecimientos históricos.
Otro obstáculo lo constituye la óptica bipolar que pretende establecer que precursores y fundadores se dividen entre buenos y malos. Un ejemplo extremo tuvo lugar al final de la tiranía, cuando los jóvenes indoctrinados con sentimientos y emociones trujillistas y patrióticas sufrieron de golpe el cambio de lealtad y devoción hacia el perínclito, obligados bruscamente a sentir alegría por el tiranicidio y reprimir para siempre que alguna vez sintieron orgullo de ese régimen.
El entender quién fue en realidad este personaje debe ser un proceso pedagógico de mucha objetividad y honestidad, que permita readaptar correctamente los juicios y emociones de la mayoría de los dominicanos.
Anteriormente, los que abjuraron del ideal de Duarte y se sumaron al anexionismo de Santana y de muchísimos otros, más que corromperse, se plegaron a un pragmatismo amoral, que tuvo lugar cuando los venció la duda acerca de la factibilidad del proyecto duartiano. Les faltó fe. Sin embargo, probablemente han sido hombres rudos como Santana y Trujillo los que más han aportado a la materialización de la nación y del aparato estatal dominicanos. Contrastantemente, nada se hubiera hecho sin los hombres que portaron el estandarte del ideal igualitario y libertario. La fuerza moral del amor patrio unifica más que el miedo al enemigo. El temor paraliza y desbanda, el ideal une y armoniza el esfuerzo colectivo. Tan importante como eso fue la plasmación de nuestra identidad, diferenciándonos de europeos o haitianos, que estuvo lúcida y patente en la mente de Duarte. Paralelamente, nadie tuvo la decisión, el coraje y las habilidades para enfrentar a los invasores haitianos como Santana.
Siempre será fundamental que los hombres que dirijan la nación le crean a Dios (no basta creer que existe); hombres y mujeres que crean en lo imposible. Sin ello la humanidad no puede avanzar, se empantana, como estamos hoy en medio del pragmatismo oportunista, el inmediatismo consumista, y la degradación moral y espacio-ambiental.
Mas, el realismo es un ingrediente de todo proyecto razonable y viable. Santanitas y baecitas llamaban “jóvenes ineptos”, ilusos perturbadores, a los trinitarios. Hasta connotados trinitarios creyeron imposible el proyecto nacionalista sin el protectorado de una potencia extranjera. Contrariamente, Duarte actuó en la fe de la Santísima y Augustísima Trinidad de Dios; y ésta permitió conflictos internos en Haití para que nuestra soberanía “se colara” por entre las redes del incipiente imperialismo norteamericano y del de las potencias europeas. La fe de Duarte agradaba a Dios. Muchos creemos que “Dios, Patria, Libertad”, más que slogan, es consigna, promesa, juramento y pacto.