El magnicidio del presidente Ulises Heureaux del 26 de julio de 1899 se vivió en términos de revolución política y también social. En los manifiestos de Santiago, del 8 de agosto; y de San Francisco, del 18 de agosto, ambos firmados por Horacio Vásquez, se hablaba de una revolución redentora promotora de libertad, paz, elecciones, y patriotismo y honradez en el manejo de la difícil situación económica.
Lo que más nos interesa ahora es que se gritaba viva la constitución. ¿A cual constitución se referían? No a una constitución pasada, ideal y abortada, sino a una adveniente que redactarían los jóvenes a la luz del derecho constitucional de Eugenio María de Hostos y según el modelo constitucional americano y francés. La demanda de nueva constitución, la petición de una asamblea constituyente, era voz común. Hay varios testimonios. El que más nos interesa es el de Rafael Justino Castillo quien escribió varios artículos en su periódico El Nuevo Réjimen. El 19 de septiembre escribió: Preciso es que se vaya pensando en una asamblea constituyente i en los medios para constituirla de modo que sea verdadera delegación del poder social.
Pero, el gobierno provisional de Vásquez no lo entendía así. El 19 de septiembre de 1899, convocó elecciones y estableció que el congreso se reuniría extraordinariamente el 10 de noviembre para conocer primero: el mensaje que le presente el Gobierno Provisional y de las reformas constitucionales que éste indique. R. J. Castillo no se hizo esperar y sentenció que cuando se esperaba elegir una constituyente, la constitución derrocada la de 1896 – seguía en vigor y El espíritu conservador laboraba en la sombra y triunfaba en el Gobierno Provisional falseando los principios de la Revolución, empequeñeciéndolos, obligándolo a cejar en su obra rejuvenecedora.
El congreso instalado el 10 de noviembre de 1899 un congreso unicameral según lo establecido por la constitución de 1896 era predominantemente hostosiano u normalista. De los veinte y cuatro diputados y cinco sustitutos que participaron, diez y siete eran considerados normalistas o adeptos por el periódico El Normalismo. Fueron normalistas Casimiro Cordero, Manuel A. Pichardo, José María Cabral y Baez, Emilio Prudhomme, Carlos Morales Languasco, Ignacio Coradín, Dr. M. Morillo, José Dubeau, Juan Francisco Guzmán, Pelegrín Castillo, Rafael Justino Castillo, Manuel Ubaldo Gómez, Luis Israel Álvarez Cabrera, Estanislao Reyes, Manuel de Jesús Rojas, Napoleón Despradel y Max Antonio Álvarez.
El presidente provisional envió el prometido mensaje asumiendo la constitución de 1896 y proponiendo veinte y ocho artículos a reformar, aunque dejaba a la ilustración y patriotismo de los congresistas el completarla. De esos artículos destaco por su valor intrínseco o por su importancia actual: No limitar el número de provincias. La incompatibilidad del cargo de diputado con otro empleo público. La responsabilidad personal de los diputados por sus hechos. Suprimir la fórmula de que el presidente es jefe nato de la administración y reducir sus funciones a las que le faculte la constitución y las leyes. Prohibir la reelección. Cambiar la fórmula religiosa del juramento del presidente. Y, establecer la forma e instancia para reformar la constitución.
Los constituyentes decidieron no reformar, sino formular una nueva constitución para lo cual crearon una comisión compuesta por E. PrudHomme, J.M. Cabral y Báez, R.J. Castillo, P. Castillo y M.U. Gómez, todos normalistas. La comisión asintió en todos los puntos, menos en el tema religioso, en lo referente a la libertad de conciencia y de culto y a la confesionalidad del estado. La mayoría R.J. Castillo, P. Castillo y J.M. Cabral y Baez- formulaba el tema fiel al pensamiento hostosiano: La libertad de conciencia y el libre ejercicio de todos los cultos. La minoría M.U. Gómez y E. Prudhomme – propusieron, y asi constó en una nota al pie, las relaciones de la Iglesia Católica con el Estado seguirán siendo las mismas que son actualmente, en tanto que la religión Católica, Apostólica, Romana, sea la que profese la universalidad de los dominicanos.
La comisión publicitó el proyecto, en febrero de 1900, guiados por el deseo de que la prensa del país y el público en general conozcan, comenten y discutan esta obra de tanta trascendencia… De su articulado debemos destacar las propuestas de carácter laico que libraban a la constitución de todo contenido católico, pero no religioso. La nacionalidad basada en el jus soli. La reducción del poder ejecutivo a sólo el presidente de la República, quien a su vez sería jefe de la administración general y de las fuerzas de mar y tierra. Deber del presidente preservar la nación de todo ataque exterior. La prohibición de la reelección del presidente domo del vicepresidente. El gobierno provincial detentado por un gobernador civil nombrado por el ejecutivo. El poder legislativo compuesto por un solo cuerpo, la cámara de diputados. El congreso como instancia de reforma de la constitución.
Hostos escribió una serie de artículos, rebosantes de sensatez, bajo el título de El Proyecto de constitución y el medio social. Se refería a sus alumnos como esa excelente juventud dominicana, que conscientes de que no era este el tiempo de las agitaciones que acompañan a los Congresos Constituyentes, han cedido en sus doctrinas para atenerse a las realidades sociales. Reconocía que tuvieron que ceder a dos extremos de toda legislación constitucional: el centralismo y el parlamentarismo. Redujeron el congreso a una sola cámara y también las funciones del ejecutivo. Pero concedieron al congreso poder para interpelar a los miembros del ejecutivo y al ejecutivo para nombrar las autoridades provinciales. Dio importancia a la responsabilidad del presidente de defender el país del ataque externo vista la historia de dominación haitiana y anexión española y a la debilidad fronteriza. Aquí expuso su punto de vista sobre la frontera semoviente, una red de colonias humanas que garantizarían la vigencia de la línea fronteriza. Creía, fundamentalmente Hostos, que si los jóvenes lograban convertir en ley, en constitución, los principios que habían sido vida, fuerza y salvación para cuantos jóvenes se habían abroquelado en ellos durante la irrupción de la barbarie jamás en lo futuro, pudiera la barbarie volver a interrumpir la obra de la civilización.
El proyecto se tomó un año y días para comenzar a discutirse, del 22 de marzo al 17 de mayo de 1901, en medio de los tantos temas que ocupaban la atención de los congresistas. Sólo la temática religiosa ocupó más tiempo debido principalmente a la militantez del Padre Rafael Conrado Castellanos, diputado por Puerto Plata, quien fue pronto a defender la tradición religiosa de la constitución del país. El artículo 11,12, sobre la libertad de cultos, fue ampliamente discutido. Participaron los diputados P. Castillo, Padre Manuel de Jesús Gonzáles, Castellanos, R. Abreu Licairac, y R.J. Castillo. la Presidencia [PrudHomme, al concluir] declaró cerrada la discusión y dijo que había propuesto con el diputado Gómez, la segunda fórmula, teniendo en cuenta el momento político de la República, y declaró que siempre estará con la libertad de conciencia, porque consagrar toda otra cosa en contrario era un error constitucional. Ganó la posición de la minoría, la expresada arriba.
Los restantes temas fueron aprobados, fácilmente, tras su lectura y sin discusión. Aprobada en primera lectura, las dos siguientes no se pudieron tener por el agobio de los problemas económicos y políticos. En la sesión del 17 de mayo de 1901, J.M. Cabral y Báez propuso y fue aprobado, aplazar la discusión hasta la primera legislatura del 1902 cuando se le pudiera dedicar un tiempo exclusivo, al menos un mes, a su discusión. Pero no sucedió así.
El gobierno electo en septiembre de 1899, Juan Isidro Jimenes presidente y Vásquez vicepresidente, vivió siempre bajo tres tensiones: por un lado y principal, la económica fruto de la deuda internacional y nacional. Segundo, el estado de conspiración de los remanentes del lilisismo. Y tercero y más interno, la confrontación de los liderazgos de Jimenes y de Vásquez.
La confrontación llegó al límite. Las relaciones entre el congreso y la presidencia fueron un ejemplo. El 24 de febrero de 1902 el diputado I. Coradín presentó un informe acusando al gobierno de ser el responsable del déficit presupuestario existente, lo que provocó que el diputado J.M. Cabral y Báez, el 17 de marzo, propusiera y lograra un voto de censura al gobierno.
Esta confrontación condujo a la insurrección del 26 abril de 1902 que llevó a Vásquez a la presidencia y dio origen a los caudillismos bolo y colúo. Vásquez hizo una triple alianza y formó gobierno con un sector del lilisismo, los generales Miguel Andrés Pichardo y Juan Francisco Sánchez; a la vieja generación de la Restauración, representada por Emiliano Tejera; y normalistas. Cuatro ministros normalistas, todos diputados: J.M. Cabral y Báez, J.F. Guzmán, R.J. Castillo y C. Cordero. Disolvió el congreso y asumió la forma jurídica de presidente provisional. No nombró vicepresidente. Se propuso hacer de la honestidad un motivo de su gobierno. Al disolver el congreso el proyecto de constitución pasó a segundo plano. El 6 de mayo decretó que mientras no se reuniese el congreso revisor quedaban en vigencia las leyes y decretos expedidos por autoridad competente. Quería decir, la constitución de 1896
La oposición política no le dio paz tampoco a Vásquez. Tanto lilisistas como jimenistas complotaban. Dice M.U. Gómez – un buen testigo de la época – que se le propuso implantar una tiranía honrada. O él no quiso o no pudo actuar en ese orden. Otra dimensión fue el interno. Tanto Vásquez como Ramón Cáceres, en un principio, aspiraban a la candidatura presidencial. Llegaron a un acuerdo por el cual propondrían a una tercera persona, civil, de prestigio y preparación profesional. También para la vicepresidencia había varios aspirantes. El 30 de enero de 1903, convocó a elecciones primarias para el 19 y 20 de febrero con el único objeto de dictar la constitución que deba regir. Es interesante notar que este congreso se considerara constituyente pues en 1899 esa fue una figura demandada pero no aceptada. De los elegidos en febrero sólo Alberto Arredondo Miura era normalista. El 12 de marzo se instaló el congreso y se formó una comisión redactora. Pero la situación política de la Capital se tornaba álgida y la constituyente sólo se pudo reunir en tres ocasiones.
La razón fue la rebelión de los presos jimenistas y lilisistas, políticos y comunes del 23 de marzo de 1903. En esas luchas, al asalto de las trincheras, cayeron tres generales horacistas: Antonio Hernández, Aquiles Álvarez y C. Cordero. Un revés fatal para Vásquez, que lo interpretó como derrota, se dio por vencido y convenció a Cáceres de exiliarse en Cuba anunciando que se retiraba a la vida privada.
A mi juicio el testigo más calificado de estos hechos fue Hostos. En su diario, deja ver que percibió las revoluciones de abril de 1902 y de marzo de 1903 como una ruptura con el gobierno civil que él proponía. El 20 de abril, consigna: Todos los días, a todas horas, desde que llegué en mal hora a perder los tres años perdidos en contemplar cómo se viene al suelo el edificio que yo quise construir con tales hombres por cimiento, todos los días me pasé diciendo a todo el mundo, especialmente al grupo de que formaba parte ese pobre Cordero, que el ensayo de Gobierno civil era la única garantía que les quedaba en la República, que era necesario a toda costa conseguir que se cumpliera el primer término, y, para cumplirlo y alcanzar el objetivo doctrinal del tiranicidio, era preciso sacrificar muchas pasiones. El asentimiento era general, y nadie hubiera creído que ocultaban intenciones que lo contradecían en absoluto. Pero mientras asentían, se preparaban a lograr sus intenciones. º Doctrinas, principios, ideas, reformas, reacción contra el lilisismo, todo quedó sepultado en los campos de batalla. Ni siquiera el gobierno civil ensayado por los consejeros de Jimenes fue menos fecundo ni más inútil que el régimen militar fundado o refundido por los consejeros de Vásquez.
Es verdad que Hostos consideraba que él y su ejército de maestros debían jugar un papel civilizador en la conducción de la vida social y política dominicana. Pero, las teorías de progreso que manejaban, más biológicas que sociológicas, más a lo Charles Darwin que a lo Augusto Comte, eran demasiado maniqueas para poder lograr, en un mismo racionamiento teórico y ordenamiento práctico, criticar a los hombres e instituciones del antiguo régimen y construir el nuevo deseado.
La ley del progreso era lugar común en casi todo el discurso progresista de la época. La ilustración, el artículo de Enmanuel Kant sobre la mayoría de edad permeaba las élites intelectuales de América Latina y de Santo Domingo, pero en clave casi absoluta. En 1881, para poner un ejemplo temprano, el periódico El Estudio, dirigido por Francisco Henríquez y Carvajal, exponía el progreso en estos términos: Anímanos la fe en lo porvenir, i tenemos la convicción de que la lei del progreso es lei que así se cumple para las individualidades, como para las naciones. º Pero la humanidad, antes que por la convicción, por el instintivo conocimiento de su perfectibilidad, solemnizó aquella lei. En su Tratado de Sociología, Hostos, más sensato, al postular las siete leyes interpretativas de la sociedad, decía que el progreso, en la sociedad como en la naturaleza, es la expresión continúa de tres términos ineludibles: nacimiento, crecimiento y muerte. La manifestación del progreso es fatal, incontenible e incontrastable. Es fatal, porque es el destino de las cosas que son, empiezan a no ser y concluyen por dejar de ser. º El progreso está en proporción de la correlación de sus tres términos, y procede a manera de línea ondulosa, no de línea recta, e incluye por tanto la enfermedad y la convalecencia, el eclipse y el recobro de fuerzas.
La sociedad dominicana, en opinión de los normalistas, formada por iglesia y clérigos, galleras y fandangos, pasiones y dobleces,º militancias políticas más que sociales era terreno difícil para experimentar reformas constitucionales que no pasasen por las limitaciones del medio social. Hostos, R.J. Castillo, M.U. Gómez, para mencionar tres, eran conscientes de las limitaciones del medio social, pero casi seguro no llegaron a conceder que la alineación caudillista iba a llegar al punto de que el tiranicida Cáceres cabalgaría junto al lilisista M. A. Pichardo, los jóvenes hostosianos sostendrían, a mano armada, a Vásquez en 1902 y en 1903 y que Américo Lugo justificaría ante Hostos el gobierno de Alejandro Woss y Gil. Pero parecido comportamiento se había dado en 1844, 1866 y 1884 cuando las fuerzas del medio trucaron los ideales liberales en realidades autoritarias y en aspiraciones políticas personales y grupales. A esto se sumaría la intervención de intereses económicos extranjeros que actuaba en connivencia con dominicanos o se colaba por entre las debilidades del medio social. Una verdad vergonzante aún para nosotros hoy día que cada generación busca superar. R.J. Castillo escribió el 12 de septiembre de 1899, la historia no se repetirá. Ahora estaremos alerta los que estamos llamados a ser centinelas del derecho para no volver a ser sorprendidos
Pero es que la historia no es lineal, sino ondulosa, variada y temporal, en las personas y en los pueblos y hasta en las formaciones sociales. Las ideas ilustradas no se habían confrontado con la política de las cañoneras y la Gran Guerra para veri-ficarse. Y así entonces entender la individualidad de las personas, la particularidad de los pueblos y la caducidad de los sistemas. Los aportes y la vigencia de las teorías y de las ideologías perviven tanto cuento se confrontan con las riquezas y límites del medio que son anteriores y más vigentes que ellas. Entonces así, el progreso no la teoría del progreso podría crear y recrear nuestras vidas.