Aunque en el año 73 los romanos destruyeron Jerusalén y esparcieron por el mundo a los judíos, al inicio del cuarto siglo el emperador Constantino instaló el cristianismo en todo el imperio romano, convirtiendo la iglesia católica en una potencia. Y con ello, cambió el mundo. Según Roldán, Veyne y Potter, el Imperio se redimensionó en todo Occidente hasta el siglo XV. (Google).
Roma y los demás pueblos de Occidente fueron cristianizados, lo cual solidificó el imperio romano, dándole a su ideología y cultura la sencillez y hermosura de esta doctrina, especialmente, por su consistencia lógica interna, la cual similar, pero con más mística que el Judaismo.
La sencillez relativa del cristianismo, en comparación con la tradición greco-romana y las teologías y creencias de los otros pueblos, increíblemente complejas, incoherentes y de difícil aprehensión, hizo relativamente fácil la adopción, no siempre voluntaria, del cristianismo por parte de los pueblos conquistados por Roma hasta el siglo XV, y en lo adelante, por los nativos de América a partir de la llegada de los españoles.
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Pero estos pueblos de occidente, muy a regañadientes, aceptaban los judíos, y a menudo los rechazaban con verdadera rudeza. Acaso porque por su ardua lucha de siglos los obligó a organizarse y fortalecerse, o desaparecer. Una opción nada fácil para un pueblo que se sabía portador y acreedor de una promesa divina, y de una tradición y cultura religiosa más evolucionada y coherente que casi todos los pueblos a los cuales llegaron como refugiados; muchos de estos, paradójicamente, a la vez, los recibían y rechazaban, por ser “los responsables de la muerte de su Salvador, Jesús de Nazaret”.
Es también a causa de la condición del exilio y del rechazo que los judíos se ven obligados a mantener su unidad interna, su cultura, y sobre todo su proyecto de nación inspirado en el proyecto expansionista de David, aquel por el cual fueron severamente castigados por no consultar a Yahvé.
Pero sobre todo trataron durante su exilio de no someterse ni a inculturarse totalmente en sus nuevas patrias de acogida. Especialmente, porque el exilio y su proyecto los llevaron a desarrollar obligadas estrategias de supervivencia que, junto a su religiosidad y su unidad, los inducía a crear y acumular riqueza y a desarrollar habilidades y conocimientos prácticos, intelectuales y científicos; llegando así a ser financiadores y cooperadores de importantes planes de gobiernos europeos, como el descubrimiento de América. Hasta llegar, en ocasiones, a ser vistos y temidos como un potencial “estado dentro de otro estado”. Lo que probablemente tuvo mucho que ver con su lamentable suerte en Alemania, a principio del siglo XX.
Obviamente, el cristianismo, de origen judío, y teniendo el mismo Dios e idénticos principios, permitió de diversas maneras la supervivencia del pueblo y proyecto judíos, comprometiendo a todo Occidente con su destino. (¡“Dios manda cuidarlos”!).
En la actualidad, este proyecto del “pueblo de Dios”, y los conflictos en torno suyo implican grandes riesgos para naciones y potencias occidentales, y para toda la humanidad.