El PRSC en la centrífuga

El PRSC en la centrífuga

JULIO BREA FRANCO
La adopción de la mayoría absoluta con doble vuelta para la elección del Presidente de la República en 1994, ha resultado ser un “cambio sustancial”, para decirlo a la manera de Dieter Nohlen, en el sistema electoral dominicano en su conjunto. El impacto se aprecia en el sistema de partidos, particularmente, en la alternancia no ya de dos, sino de los tres principales actores en el ejercicio del Ejecutivo Nacional.

 La experiencia del PLD de 1990 en su duelo con el Partido Reformista de Balaguer se debió en mucho a la crisis del PRD profundizada considerablemente luego de las elecciones de 1986.   A nivel congresional -obviamente más evidente en la Cámara de Diputados por la representación proporcional- ya presentaba una configuración de pluralismo moderado con la comparecencia del PLD y del PRI de Majluta, en menor medida y más fugazmente.

Sin embargo el contrapunto nacional hasta ese momento giraba únicamente en torno a dos opciones: PRSC-PRD.

Además del efecto de pluralización, la fijación constitucional de un piso de la mitad más uno de los votos válidos –y en su defecto,  la celebración de una segunda ronda de votación entre la primera y la segunda minoría para adjudicar la Presidencia-  puso fin a una secuela de elecciones muy conflictivas. El margen de victoria en el anterior sistema de mayoría relativa podía ser muy estrecho, lo que que sumado a la conflictualidad de las congresionales y municipales,  celebradas simultáneamente en ese entonces, contribuía a crear un ambiente de criticalidad post-votaciones.

Esta ventaja no suele ser resaltada no obstante las acidas y agrias experiencias vividas hasta 1994. En efecto, a partir de 1996 la diferencias entre la mayoría y la primera minoría   fue de un 7% en 1996; 24.93% en el 2000 y 23.47% en el 2004. Los indicadores anteriores al 1994 muestran un 9.36% en 1978; 8.08%; 2.33% en 1986; 1.26% en 1990 y apenas un 0.74 % -22 mil 281 votos- en 1994. 

Si además de estos márgenes tan estrechos le sumamos los conflictos que tienden a generar elecciones congresionales y municipales, adquiere sentido el ambiente de pesadilla e incertidumbre que se vivían durante las impugnaciones en las fases finales de los procesos electorales.

Pero hay más: elecciones con márgenes de victoria muy estrechos no solo ponen a prueba las instituciones y procedimiento de administración electorales: abren peligrosos paréntesis y abonan el terreno para intentos de manipulación fraudulentas, cuando los actores carecen de escrúpulos.  La mayoría absoluta y la celebración no simultánea de las elecciones han sido buenas reformas. 

La superación de un sistema bipartidista a uno tripartidario implica acomodamientos estratégicos y tácticos en los partidos.  El sistema induce a acuerdos de apoyo cuando no de alianzas.   Balaguer captó desde el inicio su lógica.  Expulsado de la Presidencia a raíz de la crisis política nacional e internacional que provocó las elecciones de 1994, tan solo pudo negociar su permanencia por dos años más. Al final actuó para estructurar su mejor salida, atajando a Peña Gómez y Álvarez Bogaert, otorgando su mejor apoyo al grupo del PLD encabezado por Leonel Fernández que vio franqueadas las puertas de la Presidencia.

Pero no solo Balaguer se replegaba y auspiciaba un gobierno simpático, también durante los años siguientes hasta su fallecimiento logró asumir y mantener, en el nuevo ambiente, una inteligente posición pivotal. Era punto de apoyo y de decisión siempre buscado por los demás como importante y necesario, sin abdicar ni debilitar su propio espacio. Las limitaciones de su ancianidad lo tornaron presa de su propio anillo pero aún así términó muy apetecido.

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