El psiquiátrico: entre locura y pobreza

El psiquiátrico: entre locura y pobreza

Pinel después de la revolución francesa optó por quitarle las cadenas a los enfermos mentales – que los había por razones políticas, al igual que cuando gobernaba el jefe – Desde entonces, los manicomios del siglo XIX y XX continuaron siendo almacenes de “locos” y de indigentes con enfermedades neurológicas y psiquiátricas que deambulaban sin propósitos por las calles y que terminaban en el manicomio. La misma suerte corrían aquellos mendigos sin familia que vivían y dormían en la calle, y las autoridades decidían “limpiar” y el lugar para abandonarlos era el “manicomio del 28”. La estigma y el desprecio hacia el enfermo mental se dejó expresado cuando el manicomio se encontraba en Nigua, San Cristóbal, junto al Tuberculoso y al Leprocomio, tres enfermdedades: “Locura, Tuberculosis y Lepra, que eran la expresión del rechazo social, la estigma y el sello para toda la vida”.

El siglo XXI es el avance del cerebro, de las Neurociencia, de la psicofarmacología y de la Rehabilitación psicosocial, junto a los derechos y la dignidad de las personas con enfermedades mentales. Es Inaceptable, injusto e inhumano que el hospital psiquiátrico Padre Billini viva el viejo dilema del siglo XIX y el XX, con enfermos mentales desnutridos, anémicos, con la piel reseca y pómulo sobresaliente. Más de 102 pacientes en condiciones doblemente excluidos, por pobreza y locura y, para mal, decenas de ellos abandonados por las familia sin afecto, sin vínculo, sin apego y sin sentido de pertenencia. Algunos de ellos no conocen sus orígenes, llevan en el hospital 30 o 20 años, se han institucionalizado; sencillamente son pacientes crónicos que solamente le pertenecen al Hospital.

El psiquiatra agoniza todos los meses con una pírica subvención de un millón 400.000 mil pesos mensuales, de donde hay que comprar alimentos, pagar energía eléctrica, insumos, material de limpieza, para más de cien pacientes; sin contar los meses en que la subvención se atrasa.

Locura y pobreza son dos razones incomprensibles, ambas, aparadas en una esperanza que solo el tiempo y los años dirán si se queda en la cronificación o viven en lo estructural.

En un pasillo oscuro, húmedo por las filtraciones, maloliente y apestoso viven pacientes crónicos y de mediana estadía. Unos hablan consigo mismos respondiendo a sus delirios y alucinaciones, otros, ausentes y de afectos inexpresivo, habatidos por la soledad, el desafecto y la apatía de una sociedad que afuera deambulan más locos que dentro del manicomio. Esa negación a la locura y el miedo a padecerla se ha convertido en la vieja agonía existencial de no entenderse con los enfermos mentales.

Allí, en el manicomio, se administra pobreza, limitaciones, sufrimiento y dolor humano. El Padre Billini necesita un aumento del 100% de la subvención; medicamentos, camas, planta física e Insumos para lograr los indicadores de un hospital del siglo XXI. Además, el psiquiátrico necesita una nueva visión y misión para relanzarlo como una institución para terapia ocupacional y de reinserción psicosocial. Su directora, Carmen Ramírez, los médicos, enfermeras y psicólogos tienen la sensibilidad, las estrategias para realizar los cambios, pero necesitan recursos y apoyo, para responder a la locura y a la pobreza. Duele entender lo desigual del psiquiátrico y, tan solo pensar que existen políticos cuyo salario es mayor que la subvención del manicomio. Literalmente inaceptable y moralmente aborrecible. El Hospital vive en S.O.S. necesita urgente la ayuda, el compromiso y la solidaridad de los pobres que acuden a este centro con problemas mentales que no eligieron.

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