El pueblo llano se entiende

El pueblo llano se entiende

Tiberio Castellanos me decía, a finales de la década de 1960, que los haitianos lograrían imponerse por la numerosa presencia de sus connacionales en suelo dominicano.

Siempre me pareció una exageración de Tiberio hasta estos días en que asistimos a un capítulo de nuestra historia que nos coloca en una encrucijada ¿se cocina de un solo lado la tortilla o la volteamos?

Ello así, porque el mundo hace mucho que fue dividido entre quienes tienen algo que perder y quienes no tienen nada que perder, ni siquiera la vida, como dice la canción cubana.

De una parte, entre quienes tienen algo que perder, están aquellos que carecen de nacionalidad, quienes pueden comprar una nacionalidad cada vez que les convenga, cuando lo consideren necesario, Esos, los que están por encima del bien y del mal, aquellos para quienes la Patria se convirtió hace mucho en un lingote de oro, en depósitos acumulados en Suiza o cualquier otro lugar donde se resguarden bienes frutos de la explotación, el sudor, la sangre y la vida de nadie sabe cuántos miles de personas.

Esos que aprovechan la resistencia a la explotación del hombre por el hombre, acusan vagos a quienes no la aceptan y deciden importar personas cuya situación es tan precaria que aceptan hasta ser maltratados con sueldos de miseria que apenas les alcanzan para un duro mendrugo de pan viejo o una rabiza de víveres hervida.

Lo interesante es que como las clases no se suicidan conviven armoniosamente, los ricos, los que tienen algo que perder, en reuniones sociales, juntas de negocios, compra y venta de bienes, torneos y encuentros deportivos, donde los premios son trofeos de lujo y una que otra aventura extra-matrimonial de la empingorotada señora Jodiendín o un desliz extra-matrimonial de don Señorón y luego, “si te vi no me acuerdo”. Del mismo modo se entiende el pueblo llano, por eso los campos, especialmente alrededor de los ingenios azucareros, estaban llenos de hijos e hijas de haitianos y dominicanas o de dominicanos y haitianas.

La tristeza y la soledad del hambre también se sacian con sexo. Rubén Darío, por supuesto, lo dijo con mayor elegancia y era de esperar, en su primera obra: “Azul”, escribió que la maldición del pobre es el vientre de sus mujeres.

Quienes llenaron el país de haitianos para cortar caña, recoger café, arroz y otras cosechas y para explotarlos como obreros de la construcción, son los responsables de que más de medio millón de hijos de haitianos reclamen la ciudadanía dominicana para lo cual cuentan con las naciones imperiales que los empujan a ocupar toda la isla.

Espere las elecciones del 2016…y después hablamos.

 

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