El pueblo solo es «libre » en tiempo de elecciones

El pueblo solo es «libre » en tiempo de elecciones

La democracia «clásica» o directa, la que Lincoln literalmente definió como: «Gobierno por el pueblo», esa forma de democracia que tiene cono alcance el ideal de la acción directa de los ciudadanos, que sigue inquietando a muchas conciencias dominicanas, sólo es atractiva en teoría política.

En la democracia representativa delegada el principio de la soberanía popular encuentra su expresión más plena. Por esto, el Estado moderno hace hincapié en las elecciones libres y secretas donde los hombres y mujeres votan como individuos, y sobre la premisa de que los miembros de la Asamblea han sido elegidos para actuar en nombre de sus electores, de acuerdo con su conciencia y con lo que ellos creen es lo mejor para su país.

La democracia ha sido entendida y cualificada -en nuestro medio- como una forma de organización política que se pone de manifiesto dentro de un Estado de Derecho, ya que su imprescindible sentido, práctica o ejercicio emana del pueblo y para el pueblo.

Es la sociedad civil y política el instrumento por el cual, en igualdad de condiciones las mayorías incursionan en la esfera del gobierno representativo, donde coexisten las libertades individuales,civiles y políticas.

A tal efecto, el orden democrático constitucional representativo en el cual convivimos a principio de siglo, se instuye en las esferas de la modernidad del Estado, a través de un régimen social que permita y viabilice que los individuos participen en la distribución del poder y en las condiciones del mando y obediencia.

Se una realidad primaria que un gobierno representativo, como el nuestro, pueda alcanzar el ideal de perfeccionamiento democrático cuando a través del ejercicio de la participación, de la discusión pública o el voto universal, los ciudadanos se expresan habituándose a la pluralidad de ideas.

Se está también en el entendido de que la participación ciudadana en los asuntos de Estado es, la expresión particular de su soberanía, de sus intereses inaliables, porque todos tenemos la obligación moral absoluta de ser un ente esencial en el objetivo directo de cualquier gobierno.

Los dominicanos, en nuestra necesidades transitorias e históricas, hemos gestado como colectividad una democracia completamente minoritaria, donde la mayoría (a la cual corresponde la mayoría de electores), «participa» de su derecho de representación «cediendo» a la minoría el privilegio de supeditarla en todas las cuestiones que la democracia de igualdad de electores proclama con la desigualdad sistemática a favor de una clase dominante.

Ese ideal -también puro- de un cuerpo representativo del pueblo igualmente representado es, el punto crítico de nuestra democracia, de ese gobierno de todo el pueblo por una simple mayoría del pueblo, exclusivamente representada, y no: el gobierno de todo el pueblo por todo el pueblo igualmente representado.

La democracia en la República Dominicana se practica y concibe desarticulando ambos términos, y no es sencillo hacer desaparecer esta idea insuficiente, inquietante, donde existe un poder de mayoría numérica que la minoría en la colectividad controla por un sufragio igual y universal que le concede a la clase política gobernante escamotear la voluntad y los derechos electorales de la mayoría.

Hace mucho tiempo que nos hemos habituado a esta invertebrada democracia. Desde la primera República nos hemos cuestionado sobre la suficiente virtud del ideal democrático. Liberales y conservadores en sus principios de gobierno han intentado aproximarse al objeto propuesto. Fortuitamente han estimulado una democracia de tribuna abierta, una Asamblea representativa de la opinión del pueblo.

John Stuart Mill decía que: » (…) la gran dificultad de un Gobierno democrático es dar a la sociedad lo que hasta el presente se ha visto en todas las sociedades capaces de un progreso superior y sostenido, es decir, una base social, un punto de apoyo para la resistencia individual contra las tendencias del poder gobernante, una protección y un lazo de unión para las opiniones y los intereses que el espíritu público predominante mira con prevención».

Si este punto de apoyo no logramos construir en el presente inmediato, la sociedad dominicana está condenada a degenerar, a perecer o permanecer en una lenta penuria bajo las influencias desmoralizadoras que amenazan el lado débil de la democracia, ya que el gobierno directo para los propósitos de un gobierno moderno ha pasado a ser un instrumento demasiado imperfecto.

En nuestra democracia representativa los ciudadanos han implementado la opinión pública como un mecanismo adecuado para participar, influenciar y moldear los contornos de la vida pública, de manera que se establezca una relación esencialista entre la autoridad estatal y el cuerpo de electores, y hacer a nuestra democracia integral y consultiva.

En el caso dominicano la experiencia nos indica que se ha admitido diversas formas de participación de la acción colectiva, pertinentes ya competentes, en las cuales se conoce de tribunos especiales, de ciudadanos que influyen en los hábitos del Estado, en diversos aspectos de la vida y, en consecuencia, exigen bajo el precepto de la ley del Estado y la justicia: su participación.

Parece ser, según el punto de vista de su organización, que la opinión pública puede ser fuerte o débil. De todas maneras, la organización política es una función del poder económico que ejerce la superioridad de su influencia, por tanto, la posición que estimula más vivamente el desarrollo de la inteligencia es la conquista del poder conquistado.

Si me preguntan cómo demos participar los dominicanos en esta democracia, pienso que es dirigiendo nuestra buena voluntad para actuar colectivamente con urgente necesidad de hacer «algo», y ese «algo» es sencillamente profundizar en el interés común, en los elementos humanos de la democracia, en la búsqueda palpable y sensitiva de la verdad y el aliento realista de la gente común.

Pienso que, debemos impulsar desde ahora una solidaridad fundamental, cuya base sea tolerar las convicciones de las personas que piensan y sienten de modos distintos.

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