El puente de Praga cumple 650 años

El puente de Praga cumple 650 años

Una visita a Praga, una de las ciudades más bellas de Europa, parece imposible sin contemplar el perfil gótico del Puente de Carlos sobre el río Moldava, que celebra 650 años como la gran joya de la arquitectura de la capital checa y convertido en uno de sus símbolos más turísticos.

Quien visita la urbe bohemia sucumbe al encanto de esta obra arquitectónica, que regala hermosas vistas de la Ciudad Pequeña (Malá Strana), en el margen izquierdo del río, y cuyas casas de tejado rojo y estuco al gusto renacentista visten la colina que conduce al Castillo.

Allí, en el altozano de Hradcany -el distrito del Castillo-, la vista del turista se dirige al Palacio Real, con todo su cortejo de moradas señoriales, heredad de familias de alcurnia como los Lobkowicz, Salm, Sternberk y Schwarzenberg.

La otra visión dominante desde la colina es la catedral gótica de San Vito, depositaria de innumerables reliquias, también de las Joyas de la Coronación en la Torre de los siete Cerrojos.

El medio kilómetro de recorrido del puente se encuentra a rebosar de retratistas, músicos, cantantes, artesanos y algún que otro carterista que pretende aprovecharse del despiste ajeno en medio de este enorme rastro improvisado.

Pero los orígenes de este puente están en el monarca y emperador del Sacro Imperio Carlos IV (1316-1378), quien tenía gran devoción al soldado romano Vito, cuyos restos se hizo colocar detrás del retablo mayor de la catedral, y a este mismo santo consagró el puente en sus orígenes.

Conocido durante siglos como el Puente de Piedra, hasta mediados del XIX fue el único modo de cruzar el Moldava a su paso por la metrópolis, exceptuando los meses de invierno cuando se podía helar el río.

Leyendas y mitos, acompañan su edificación
Su primera piedra fue colocada en 1357, un 9 de julio a las 5:31 horas del día, según una inscripción de la época encontrada en la torre que flanquea el acceso desde la Ciudad Vieja.

Este hecho, que la fecha y hora dé lugar a un número capicúa -135797531-, ha sido motivo de cábalas entre los astrólogos, y contribuido a la lista de leyendas y mitos que acompañan la historia de la edificación praguense y sus habitantes.

Debido el estado depauperado de las arcas reales, Carlos tuvo que pedir ayuda a los Caballeros de la Cruz, la única orden de origen checo, así como al primer arzobispo de Praga, Arnost de Pardubice, que solicitó a sus feligreses que contribuyeran a esta obra monumental.

Una vez acabada, su administración fue encomendada por la corona a la orden, que tenía un hospital y un convento cercanos, y que cobraba una tasa de paso, con lo que se financiaba el mantenimiento y reparación tras las riadas.

Esta «joya preciosa y de gran provecho público», como se la cita en las crónicas, ha sufrido en numerosas ocasiones el embate de las crecidas del Moldava, y no pocas quedó desfigurada, aunque siempre fue reconstruida según los cánones góticos originales. La primera ceremonia oficial que vio el puente, antes todavía de su finalización, fue el cortejo fúnebre del propio rey, que fue enterrado en un modesto panteón en San Vito.

El puente de Carlos «es un objeto único en todo el panorama europeo», según explicó el restaurador Andrej Sumbera, y lo atestigua su inclusión en el Patrimonio Mundial de la Unesco, junto con el resto de la reserva cultural de Praga.

Galería de estatuas a cielo abierto
Es además una galería de estatuas a cielo abierto, que fueron añadidas desde principios del siglo XVIII, durante los reinados de los Habsburgo José I y su hermano Carlos VI, para dar realce y belleza a esta vía de comunicación.

Un total de treinta grupos escultóricos, quince a cada lado del puente, componen esa galería, en la que no faltan los santos españoles Vicente Ferrer, Francisco de Borja y Francisco Javier.

La estatua de San Ignacio de Loyola también figuraba antiguamente, pero la riada de 1890 acabó con ella, y en su lugar en 1938 se colocó la de los santos Cirilo y Metodio, patrones del país eslavo.

El puente ha sido, por su importancia estratégica, testigo mudo de episodios épicos de la defensa de la ciudad durante varios de sus sitios.

Los ejércitos suecos fueron aquí frenados y así se evitó el asedio de la Ciudad Vieja, en el margen derecho, durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648).

Otros ejércitos, los de turistas, invaden hoy el puente, donde adquieren objetos de recuerdo a vendedores ambulantes de grabados y objetos de artesanía, se dejan retratar o aprecian la música de jazz, mientras que la noche depara un idílico emplazamiento para los enamorados. EFE/Reportajes.

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