Ni los contactos extraordinarios de autoridades dominicanas y haitianas, con estas cercadas por el caos, ni los intentos de mediación de inoperantes entes foráneos que incluyeron a un exprimer ministro británico y misiones de OEA y la ONU, han impulsado durante meses un auténtico proceso de recomposición de relaciones entre los Estados de la isla Hispaniola. Unas representaciones oficiales y multilaterales de escasa funcionalidad y verbo trunco se han puesto en evidencia junto con una notable ausencia de voluntad y de herramientas para aplicarla al otro lado de la frontera.

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Por lo visto, a los círculos de la diplomacia inflexible de todo sitio les ha faltado la energía que otros logran en la fe; como hombres de fe y sotanas, en este caso, que ahora han intentado trabajar, y no los han dejado, por una entente de absoluta conveniencia para ambos pueblos.

Las cúpulas episcopales del rincón insular caribeño que habitan son movidas por unificadoras ideas teológicas y de afiliación católica-romana; aptas para superponerse con ánimo pacificador a contradicciones territoriales y nacionalistas. Se fragua «por ahí» en este momento un encuentro de los líderes obispales dominico-haitianos que se enfocarían en la conflictividad de los dos países. Queda vigorosamente expresado su interés de contribuir a la superación de desacuerdos sobre aprovechamientos del río Masacre, intercambios comerciales, cruces migratorios y respeto a las soberanías y límites geográficos.