“El que este libre de pecado…

“El que este libre de pecado…

De los cuatro Gigantes del Alma de los que nos habla con erudita sapiencia el psicoanalista Emilio Mira y López, (el miedo, la ira, el amor y el deber) ¿cuáles de esos puntos cardinales que orientan, impulsan y a la vez limitan el universo mental, individual y colectivo del hombre habitan en el alma de nuestros políticos y, más específicamente, en el alma de los señores legisladores de la Cámara de Diputados? La Cámara acaba de aprobar la eliminación del párrafo del Artículo 110 de la ley especial introducida por el Presidente Medina para el tratamiento del aborto en caso de quedar embarazada por violación o incesto, actos abusivos e infames, contrario a su voluntad, como por malformaciones del embrión, clínicamente comprobado, que la pone en alto riesgo o causa su muerte dejando en orfandad a su familia.
De estos cuatro gigantes del alma, el amor es el gran ausente; el deber un elemento extraño, molesto, totalmente desconocido, siendo el miedo (“heraldo de la muerte, aun en sus menos repulsivos disfraces”) de seguro, por encima de la ira, el que predomina en esas conciencias.
El amor es la expresión divina del alma humana. La más sublime, elevada y pura. La más plena, siendo su esencia la generosidad, la abnegación, el sacrificio.
Suma del goce espiritual de las grandes almas, no espera reciprocidad, premio o recompensa. “Amar a Dios sobre todas las cosas” dice el primer mandamiento… “y a tu prójimo como a ti mismo”, enseña Cristo con su vida y su doctrina no solo para fieles creyentes practicantes, también dirigida a escribas y fariseos, ¡hipócritas! dispuestos a lapidar cobardemente a una mujer, que Jesus, por amor, sin miedo, contuvo.
El miedo paraliza el alma y la desorienta. Incapaz de reaccionar, de manifestarse con un acto de gallardía, de piedad, de caridad para los más desposeídos y necesitados de la tierra, este ser desvalorizado, de vida vacía, incapaz de una acción noble que turbe su quietud enfermiza, siempre egoísta, conservador, cauteloso en extremo, tiene miedo de matar el miedo que le arrincona y envilece el alma. Teme ser libre, asumir un compromiso con la verdad y el deber: “Haz la cosas que temes y la muerte del temor será segura.” Pero se resiste, temeroso de proclamar el derecho que le asiste y compromete, el cumplimiento del deber y lo justo. (“Sed justo, lo primero, si queréis ser felices y así apagareis la tea de la discordia y la injusticia.” Dejará escapar su destino. Nunca alcanzará una estrella.
Entre los sagrados deberes, no cabe en su alma el más sublime y patético: “Dulce y decoroso es morir por la Patria.” Vivir para servirle y honrarla, verla crecer hermosa, libre de abusos, de temores, de injusticias, de iniquidades. La Patria es ara, no pedestal.
Si el amor y el deber no alimentan el alma de quienes nos orientan y gobiernan, solo el miedo ¿de qué nos sirven?
Entonces, ¿por qué tener tantos representantes que no nos representan?

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