El que no gustaba

El que no gustaba

Alto, esbelto, de cabellos castaños, piel blanca y ojos verdes, a mi amigo no se le había conocido novia cuando tenía unos veinte años de edad.

Eso determinó que algunos pensaran que el hombre tenia preferencia por los de su mismo sexo, pero esa idea fue rápidamente descartada, porque se le vio cortejar a más de una mujer.

Con el paso de los años, permanecía sin levantes amorosos, lo que se atribuyó a la mala suerte. Cuando se acercó en plan de enamorado a una muchacha famosa por su amplia colección de romances, todos consideraron que estaba a punto de romper la orfandad falderil.

Pero hasta la casquivana damita rechazó las pretensiones del gallardo joven, y entonces llegamos a la conclusión de que este jamás podría conquistar a una representante del bello sexo.

Intrigado por los fracasos de mi amigo con las féminas, hablé con varias damitas a quienes este había tratado de seducir inútilmente, y todas dieron motivaciones diferentes.

– No se puede decir de él que es de piel blanca, sino de epitelio desteñido: además, no me gustan los ojos gatunos -dijo una, acompañando sus palabras con una mueca de desagrado.

– Ese larguirucho camina doblado, como si temiera chocar con alguna nube -manifestó otra, mientras sus labios se expandían en una sonrisa que hizo frontera con las orejas.

– Es cierto que me gustan casi todos los hombres, pero este es uno de los pocos casi- dijo la chivirica.

Una tarde en que el desdichado joven conversaba con un grupo de amigos, entre los cuales estábamos la putona y yo, en una esquina de la calle El Conde, cruzó delante de nosotros un mulato de elevada estatura, de gancho con una mujer de las exhibibles.

– Ese tipo es cien veces más feo que yo- dijo el desmujerado- y, sin embargo, conquistó ese hembrón.

-Tú le ganas en los detalles, pero él te derrota en el conjunto- replicó la muchacha.

La única conquista de mi enllave, que realizó a los veinticinco años, fue una dama cuarentona, fea y de mal carácter, de padres millonarios.

Todavía hoy, a punto de celebrar bodas de oro con ella, repite a modo de consuelo que la espera valió la pena.

Seguramente lo dice “por razones de peso”.

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