El que se fue a Nueva York nunca se fue de la isla

<p>El que se fue a Nueva York nunca se fue de la isla</p>

POR MIGUEL D. MENA
Es un punto que nos amarra en el imaginario, tensándonos, bordándonos, lanzando mapas como si fueran llamaradas, puentes como chispas de mar. Es esa piedrecita que nos separa del precipicio, el abismo o losmanteles que se han dispuesto para algún Dios decidido a ir a la renta, o a dormir, como en el poema de Saint-John Perse.

El dominicano pende de Nueva York. Eso lo sabemos desde que Juan Pablo Duarte se arrimó a esa urbe camino a Hamburgo. ¡Oh, Juan Pablo Duarte, tal vez el primer gran dominicano ausente, aún no dominican-york!

Nunca había tenido a Nueva York como punto de mi itinerario. Habían demasiados cuentos cuando niño, un exceso de películas, tantísimas calles del Bronx o de Manhattan por aquí y por allá que mejor pensar otros lados. De los Estados Unidos sólo conocía el aeropuerto de Miami, en una tarde en que un vuelo de Avianca fue suspendido en  Frankfurt y entonces tenía que volar por Pan American en un periplo loquísimo que me llevaría incluso a ¡Puerto Príncipe!

Pero aquí estaba y está Nueva York: la paranoia colectiva post- 11 de septiembre, los judíos ortodoxos haciéndome entrar y salir de viejas fotos del Este Europeo, los buenísimos dominicanos en la esquina y en el techo y en la sopa y en los sueños y en los bostezos y en las  fundas y bultos que siempre se estarán arrastrando como las íes cibaeñas y el mondongo liniero y los dulces y las canillas banilejas y las tirapiedras azuanas y el colmo de los colmos en todo buen y mal ciudadano que se ha ido, largado, emigrado, pedido por el tío o el amor, venido tras el diploma, el “golfear”, las nuevas oportunidades, chances, cuentas de plástico, el agua de la llave llena de vitaminas y la buenísima calidad de los taxis y las baratijas a sólo un dólar, sabrá usted, mi querido socio, amigo, comadre, compatriota que todo lo que ve o lo sufre o lo sospecha.

Nueva York es una pecera, un globo donde caben todos los sueños y los papeles y por favor que le den vueltas y más vueltas a la tómbola antes que de alguien se quiera marchar de esta fila en el grocery  o la bodega o camino a Pennsilvania en una de esa guaguas ilegales que te buscan a la casa, como si la Línea Duarte se estuviese reciclando por estos predios.

Veo esta ciudad y lo dominicano en ella como el corte transversal de un tronco más que centenario, yendo de una pulpa ubicada en los  tiempos de la primera ocupación norteamericana, en la lucha antitrujillista, o los 60 o los 70 y mejor no sigo contando. Estamos frente a los años y etapas y ciclos del siglo XX sobreviviendo, yuxtaponiéndose, paralelos, convexos.

Si quieres viajar a cualquier grupo guerrillero y caamañista, si quieres saber si el FEFLAS sigue vigilando o si la cultura de las funditas y las filas tienen su gravedad, sólo tienes que subir con el subway o caer por la esquina whatever.

Horacio Vásquez sigue vivo. Sandy Kouhfax sigue siendo el azote de Juan Marichal. Alfonso Soriano es una especie de mezcla de Donald Trump y cualquier azote de barrio.

La Isla es una sombra para el dominican-york. La isla del dominican-newyorkino no tiene palmas ni montañanas, necesariamente, porque está bien pasteurizada en el restaurant criollo, en el queso de hoja que aparece aunque esté carísimo. Lo dominicanidad es sonido y es sabor. Es la pervivencia de Yaco Monti y el domplin o el coco de agua y una pena que la pelea de gallos esté prohibida pero por suerte que hay loterías en todas partes.

Los dominicanos de Nueva York son más dominicanos que nunca y más que los dominicanos de siempre, porque tienen tiempo de sentirse como los padrinos de los que se quedaron, sino es que de un sopetón los borrán con el látigo del olvido y del desprecio por que en Santo Domingo y en Licey  Al Medio y en la Línea la gente sólo quiere y pide y pide y no se da cuenta lo duro que es salir con la nieve, bregar con los federales, aguantarse las tripas porque no siempre el corn flake consuela y después de todo la nieve y el sol siempre darán duro, nunca habrá esa brisita que empuje a las mecedoras a su curso normal.

Pensaba privilegiada esa sensación de estar metido en una película constante, en esta ciudad, hasta que el artista plástico Alexis Guerrero –a quien le agradezco la ternura de tantas cosas- me dijera que eso le pasa a todos los que pasan por aquí; que es como estar filmado y siendo filmado, cumpliendo algún guión para un filme que tal vez el Santísimo nunca vea pero del que todos saldremos consolados porque habremos pasado por la tómbola con  muchísimos globos de regalo.

Nueva York está integrado a la dominicanidad como su disco duro externo fundamental. No sabría cómo definirnos en el orden de las representaciones colectivas, del imaginario y de la modernidad, de ese posible ser nuestro, sin abordar este espacio dentro del espacio insular.

En los años 40 Pedro Mir vio las vidrieras del Conde como la máquina de rostridad moderna. En noviembre del 2006 me encuentro con Claudio Mir, nieto del Poeta Nacional, a quien dejé trabajando en el Teatro Gratey en los 80, en el “Regina Express”, y quien ahora ve y vive y concibe a New Jersey como si tal vez se estuviese cruzando el puente de Santo Domingo.

Todos los tiempos se conjugan en Washington Hights. Todos los matices del cibaeño y del sureño y del oriental se pulen con el dominicanish, “uarever”. Todo cabe en la licuadora. Todo está superenergetizado.

Hace falta el salami y el pastel en hoja, pero no importa, ya los chinos y los árabes harán lo suyo para auxiliarnos, para mostrarnos que en nuestras raíces fuimos muchas islas, y ahora, en Nueva York,muchas más, mucho más, como la bandera.

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