El caso es que la Junta Central Electoral (JCE) y la Dirección General de Pasaportes (DGP) niegan sus documentos a dominicanos nacidos aquí, pero descendientes de haitianos con la explicación de que sus padres estaban ilegales en el país en el momento de registrar sus nacimientos.
¿Qué culpa tendrán las hojas de que sus raíces cambiaran de tierra?
¿Cómo alguien puede ser apátrida dentro de su propio país? Ésta es una de las muchas preguntas que al señor Roberto Rosario le cuesta contestar sin ambigüedades ni demagogias.
Ya entre 1916 y 1924, con la primera intervención norteamericana, los propios ocupantes favorecieron la inmigración de braceros de Haití (nación que por cierto, también habían ocupado), para los ingenios azucareros que explotaban a conciencia a lo largo de nuestra geografía.
Muchos ya hicieron vida aquí, y sus hijos nacieron en nuestro territorio. Desde entonces, la caótica política del país vecino ha ido forzando a muchos ciudadanos a buscar oportunidades de este lado de la isla, de la misma manera que muchos dominicanos, a lo largo de los años, han tratado de hacer lo propio en otras latitudes.
Pero la emigración no es exclusiva de Haití o de la República Dominicana; los mismísimos Estados Unidos están compuestos de emigrantes y claro está, de sus descendientes, y a ver quien les dice que no son americanos por mucho que lleven apellidos irlandeses, polacos o latinos. España, que ahora ve como ciudadanos hispanoamericanos, subsaharianos, magrebíes, chinos o rumanos, llegan en avalancha a sus costas o fronteras; también vio en la primera mitad del siglo XX como españoles de otras generaciones tomaban barcos hacia Latinoamérica con los bolsillos vacíos buscando mejor vida; o trenes en los años 60 para trabajar en fábricas alemanas o suizas.
Y es que siempre se ha hecho, y lo aceptemos o no, tratar de mejorar, al final es un derecho, casi un deber, inalienable. Con la reflexión de que para nadie debe ser grato, verse en la necesidad de dejar atrás su tierra natal, su familia o sus amigos.
Con el paso del tiempo los emigrantes se arraigan allá donde encuentran trabajo y donde puedan sacar a sus familias adelante. Y desde luego, sus descendientes son de donde han nacido y de donde se han criado.
Nadie pide nacer en un país o en otro, porque si así fuera, ésta no sería precisamente la mejor opción, tal y como están las cosas.
Señor Rosario ¿por qué no les niegan la nacionalidad a los narcotraficantes y a los especuladores corruptos que esquilman nuestra tierra? Desgraciadamente es más habitual que les den un pasaporte V.I.P. a que les sometan a la acción de la justicia. Y que me perdonen los que le sirva el sombrero.
¿De verdad pensamos que somos mucho mejor que ellos? ¿De mejor raza, tal vez? Pues habría que preguntarse ¿quién en esta nación tan mestiza es de raza pura; quién en un país tan mulato como el nuestro no tiene parte de sangre africana…?
En esta patria tan mezclada todo el mundo tiene el negro detrás de la oreja: el primer presidente constitucional de La República Dominicana, Pedro Santana y su hermano Ramón nacieron en Ench (Hincha) en el centro de Haití.
Y si seguimos indagando en los orígenes de nuestros héroes nacionales como Gregorio Luperón, veremos que su madre Nicolasa Duperón, era haitiana que luego los españoles castellanizaron su apellido poniendo Luperón. Y ¿qué decir de nuestro Benefactor Rafael L. Trujillo? Su abuela materna la señora Luisa Hercina Chevalier era haitiana, por mucho que él mismo lo ocultara.
José Francisco Peña Gómez era hijo de padres haitianos quienes se vieron obligados a huir a Haití, debido a la masacre de 1937, ordenada por el propio Trujillo, por mucho que el doctor Balaguer, portavoz entonces del gobierno trujillista se ocupase de exculpar al tirano ante la prensa internacional.
Perdonen, pero el que sea dominicano puro que tire la primera piedra.
Si en verdad este gobierno tiene intención de hacer lo que nunca se ha hecho tal y como prometía su campaña electoral, ¿por qué no se detiene a reflexionar en el eslogan y cambian lo que han hecho hasta ahora?