El quehacer del presente

El quehacer del presente

JOSÉ R. MARTÍNEZ BURGOS
En tiempos del tirano Trujillo, allá por el año 1944, se hablaba por lo bajo, del azote de la sequía y la grave situación económica que estaba atravesando todo el país, se hablaba en voz baja de los años malos que nos esperaban.

Hoy la situación es similar, con la diferencia que toda la prensa se hace eco diariamente de las distintas vertientes de la situación económica y del caos financiero que arropa al país en todos los órdenes. En lo que podría llamarse la desesperación del presente, el balance de las cosas de último momento, es decir todo lo oculto que existía en el ambiente nacional se manifiesta en inconformidad, parece que el dominicano, que siempre ha sido desconfiado, que evita caer en un “gancho”, percibe cierto ambiente de falsedad, perturbación e injusticia, aún cuando espera con cierto grado de astucia, que habrá justicia y que las cosas deberán ser puestas en orden, porque piensa, a pesar de todo, que en momentos como los que vive la República, no es conveniente desentenderse del presente y refugiarse en el futuro, porque puede ser una actitud que traiga tras de sí malas consecuencias, sobretodo si en lo personal no se hace lo que la gravedad de la situación demanda, lo que es fundamental, y piensa así porque a través de los años hemos aprendido que la libertad que nos ha costado tantas lágrimas y tanta sangre, seguirá cobrando vidas y cobrando dificultades y habrá por mucho tiempo algunas cosas vedadas a la sociedad, porque hay personas que han usado minimamente la libertad existente, porque aún se dejan de decir muchas cosas que podrían externarse, porque todavía el sendero es estrecho y caben pocas posibilidades. Todavía la mentalidad trujillista impera en muchos estamentos del Estado y de la ciudadanía, pues parece que 45 años después del ajusticiamiento del tirano no han sido suficientes para sacar de la circulación de la sociedad civil a muchos servidores complacientes y cómplices de la dictadura.

La situación presente es muy diferente a la de los 31 años de oscurantismo social y político. Entonces no había libertad de expresión y difusión del pensamiento, no teníamos oportunidad de escribir o decir lo que uno quería, aún cuando muchos supimos expresar nuestra inconformidad y rebeldía, tuvimos que pagar o con la vida, la prisión, la tortura o el ostracismo, porque el mandamás no aceptaba críticas directas ni indirectas a su régimen despótico, es decir, había que tener la boca cerrada, esto es, existía una excusa valedera para no expresarse. Sin embargo, ahora todo el que quiera, puede dar a conocer su opinión, porque se puede ejercer ese derecho, el que no lo hace es porque no quiere.

La desesperación de hoy es insignificante comparada con la de hace 45 años, y los motivos muy diferentes, eso lo podemos atestiguar los que sufrimos sin piedad las atrocidades de la Era de Trujillo, los que no participamos del festín de la tiranía y supimos revelarnos contra el crimen y las injusticias del tirano y sus cómplices, pero hoy, después de haber desaparecido el sátrapa del escenario político de la nación, todos sin distinción somos culpables con nuestro silencio, con nuestra conducta y con nuestra pasividad del lodazal que nos ahoga.

Queremos dejar claro que la desesperación que nos mortifica es el desaliento que experimentamos al ver que los problemas no se resuelven, que por el contrario se ahondan, creo que es necesario establecer una fórmula o algo que se le parezca, que evite la complicidad con aquello que consideremos indeseable, es preciso armarnos de valor y decir No a todo aquello que huela a retroceso. No es posible colaborar o participar en todo aquello que tengamos sospecha de un engaño a la sociedad, no podemos seguir callando acerca de lo que estamos conscientes que es dañino al país y al pueblo.

Es importante señalar que ha llegado la hora, que aquellos que aparentan tener capacidad, que son honestos y competentes cumplan su función en la sociedad con pulcritud para que las cosas marchen como Dios manda, que no se aislen, que no abandonen a las nuevas generaciones, que no los dejen a la deriva, que cumplan con su deber de orientadores de la sociedad, porque de lo contrario la situación del país será peligrosa y los riesgos que corremos serán aún mayores, y el futuro muy dudoso, pues lo peor que puede sucederle a un país es que sus ciudadanos no quieran convivir unos con otros y que la discordia entre ellos sea el pan de cada día, porque entonces el resentimiento y el rencor serán los que prevalecerán.

El presente que nos ha tocado vivir no estamos en capacidad ni en la posibilidad de renunciar a él, tenemos que contribuir con este presente para que sea menos traumático, y contribuir con los demás a que vivan con algún sentido de futuro bienestar a plenitud, es decir, a que se acerquen a una realidad que satisfaga sus anhelos de una vida tranquila y sosegada; que además se tenga conciencia clara que la desesperación de hoy es menor que la del ayer pasado y extraer de ésta algunos frutos, con proyectos y sueños de una vida mejor. Es tiempo de eliminar la improvisación, es necesario que cada uno de nosotros haga el esfuerzo para entender los problemas políticos y los cívicos, necesitamos de una dedicación a corregir los errores, que se modifiquen las leyes que son obsoletas, que todos cumplamos con los deberes fundamentales de la nación, para estar en condiciones de reclamar a los gobernantes nuestros derechos básicos y derribar la demagogia destructiva con razonamiento, actuaciones y decisiones de altura cívica y patriótica, sin violencia pero con responsabilidad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas