El rechazo al exiliado político

El rechazo al exiliado político

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La historia criolla es muy curiosa con la suerte que corren muchos de nuestros exiliados, cuando regresan al país, después de distinguirse en el exterior o haber permanecido por muchos años en otros países, que los acogieron con cariño y hasta pudieron olvidar los desprecios que aquí vivieron y hasta las cárceles que padecieron.

No hay dudas que la primera expresión del rechazo dominicano, a un compatriota que regresaba del exterior, lo sufrió Juan Pablo Duarte al regresar de su diáspora venezolana; al conocer de las luchas restauradoras, quiso ponerse a las órdenes de los nuevos patriotas para ser rechazado muy sutilmente por ellos, al enviarlo a América del Sur como ministro plenipotenciario con la encomienda de buscar armas y apoyo a la causa restauradora iniciada el 16 de agosto de 1863.

Pero el más curioso rechazo a un dominicano, que se había distinguido en playas extranjeras, fue el sufrido por Máximo Gómez, que al regresar de Cuba en 1885 después de sus éxitos bélicos en la guerra contra los españoles, creyó que sería recibido como un héroe después de tantas batallas ganadas a unas tropas, a las cuales estuvo unida aquí cuando la Anexión, y allá en la Perla de las Antillas, sometió a los invasores al tormento de la tea con incendios en los campos de caña, obligando a una paz que retrasó la independencia cubana hasta el inicio del siglo XX. Esa vez Máximo Gómez retornó entusiasmado a su país y se vio rechazado por las autoridades de turno, que hasta lo encarcelaron y lo obligaron a marcharse del país. Luego retornó a mediados de la década de 1890 para vivir en Monte Cristi, manteniendo un bajo perfil y a donde lo fue a buscar en 1895 José Martí para reiniciar la lucha por la independencia cubana.

Francis Caamaño, después de convertirse en un héroe de la revolución de abril de 1965, quiso convertirse en redentorista y vino en una compacta invasión por la bahía de Ocoa, y en poco tiempo, sus tropas fueron diezmadas y no recibió el apoyo que se le prometió al contar con mucha gente que no aparecieron, y algunos se aprovecharon de recursos que se habían destinado para la revolución dominicana y derrocar al gobierno del doctor Balaguer. Caamaño sufrió en carne propia el marginamiento de los políticos dominicanos, que veían en él a un intruso que no tenía el arraigo para encabezar una revolución que ellos no querían.

Los dominicanos tenemos un comportamiento curioso con los políticos compatriotas cuando regresan del exterior. Casi por todos los medios se les torpedea o hacen fracasar sus proyectos, de manera que cunda el desaliento en personas que aman a su patria pero se les considera como un advenedizo, por consiguiente se les niega el apoyo y la confianza al verlo como un hipócrita y sin méritos para resolver la situación de pobreza ni de ignorancia de las mayorías nacionales.

Sin embargo, el curioso comportamiento criollo de rechazo a casi todos los políticos exiliados, educados y distinguidos en el extranjero, no ocurre con otros dominicanos que se distinguieron en otras áreas de la actividad humana como el deporte o las artes. Los artistas populares y los atletas son recibidos y exaltados por sus demás compatriotas, de tal manera, que el dinero que ganan, lo gastan a manos llenas con sus amigos y vecinos en francachelas, y a veces, el exceso en las mismas, los hace fracasar, destruyendo sus famas que pudieron ser más beneficiosas para sus comunidades y su país. Pero cuando se quiere ser líder civilista, y llegado del exterior después de una vida alejado de su patria, los convierte en personajes que no reciben un apoyo masivo y se les cuestiona sus propósitos de contribuir al desarrollo nacional, aportando sus experiencias y vivencias en otros medios más desarrollados y avanzados que el nuestro. Aquí la mediocridad es un lastre que nos impide sacudirnos del atraso, manteniéndonos como el perro del hortelano que ni come ni deja comer.

La sociedad dominicana está llena de los comportamientos de los ciudadanos, que en un momento dado, rechazan a quienes deberían apoyar en sus empresas o propósitos y prefieren buscar los medios para desacreditarlos, y más si ese compatriota se educó y trabajó en el extranjero, y si por motivos políticos vivió exiliado por muchos años, entonces se les hace difícil penetrar en este medio. Esto ocurrió después de la muerte de Trujillo, que al regresar los exiliados y muchos de ellos tratar de incursionar en política, recibieron un tibio apoyo que les hizo fracasar en sus proyectos. La excepción lo fue el profesor Juan Bosch, que con su forma tan llana de comunicarse y su vida austera llena de honestidad, pudo calar en las simpatías populares para dominar, junto a Joaquín Balaguer y a José Francisco Peña Gómez, la vida política de los últimos 38 años del siglo XX.

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